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domingo, 13 de mayo de 2012

Cuentos para la diversidad: 25. Una familia muy especial

Autoras/es: Juana Cortés Amunárriz(*)
(Fecha original del libro: 2005) 
Relato recomendado para niños/as +12
Mi nombre es Penélope, un nombre poco común en el condado, pero a pesar de tan insigne nombre mis hermanos me llaman generalmente Culo Inquieto o Trasto. Fue mi madre quien lo eligió y es que mi madre es una mujer muy particular, terriblemente culta, capaz de leer un tratado de filosofía mientras hace magdalenas.
Todos dicen que mi madre, Melody, es también muy hermosa. Tiene el pelo largo y lo suele llevar recogido en dos grandes trenzas. Mi madre es suiza. Pasó su infancia entre las vacas, corriendo descalza por la hierba.
Quizá por eso todo su ser exhala un aire tranquilo, como de primavera.
En cambio mi padre…

Mi padre es un hombre terriblemente grande, tanto que los zapatos se los hacen a medida. Se llama Little Sam y es negro. Su piel es muy distinta a la de mamá, más dura y húmeda. Y su olor… Puedo sentir su olor a gran distancia, fuerte y ácido. Mi padre canta las canciones más tristes del mundo y cuenta los chistes peores que te puedas imaginar. Siempre canta mientras hace muebles. Es carpintero.
Maneja la sierra como nadie.
Siendo mi madre tan blanca y mi padre tan negro, yo y mis hermanos Jim y Jam, salimos de color intermedio, es decir, mestizos. Mi madre siempre que habla de nosotros dice: Mis queridas chocolatinas. Mis hermanos son mellizos, sin embargo, debido a un problema de tiroides uno es alto como un árbol y el otro es bajito como un arbusto. Siempre van juntos. Cuando Jam se cansa, Jim lo lleva sobre sus hombros.
Son traviesos, graciosos y, sobre todo, ruidosos.
No puedo dejar de mencionar a nuestro perro Perro. Dicen que es el único perro azul del condado. Jim dice que es azul porque alguien lo pintó con pintura Nosequita y por mucho que lo lavemos sólo conseguimos cambiarle el tono azulado. Es un perro flaco, huesudo y con grandes orejas. Es el primero en apuntarse a nuestros juegos y le vuelven loco las ardillas y los conejos.
Esta era mi familia hasta hace unos años. Una familia feliz, acostumbrada a escuchar las disertaciones de mi madre sobre el positivismo mientras hacia ensalada de patatas con vinagreta. Una familia unida ante los chistes de mi padre, aquellos que reíamos sin ganas, más que nada por no ofenderle. Una familia unida a pesar de las continuas peleas entre Jim, Jam, Perro y yo, que normalmente saldaban con algún rasguño en las rodillas y algún coscorrón malintencionado. Pero entonces, una mañana de tormenta, una de esas que uno siente que el tornado está cerca, mi madre, Melody, le dijo a mi padre, Little Sam, cariño, las cosas han cambiado. Mi corazón está triste. Me gustaría cambiar de vida. Little Sam le preguntó que qué podía hacer para alegrar su corazón y Melody le pidió que construyera una casa junto a la que tenían y que le permitiera pasar allí un tiempo, sola, escuchando a su corazón para ver que le decía. Sam se puso manos a la obra y en poco tiempo la casa estaba construida.
En principio las cosas siguieron igual. La única diferencia era que Melody dormía en su casa. A veces le preguntábamos: Mamá ¿ya te ha hablado tu corazón? Y ella negaba con la cabeza aunque en su cara se dibujaba una sonrisa de esperanza.
Una mañana Melody se levantó más tarde de lo habitual. En su ausencia Jim y Jam empezaron a hacer tostadas. Jim dijo que seguramente mamá tenía jaqueca. O quizás esté abstraída leyendo a Kant, opinó Jam. No era la primera vez que sucedía. Pero ninguno de los dos tenía razón. El motivo de la tardanza era otro bien distinto. Mamá no había pasado la noche sola. Estrella de Poniente, la mujer india que nos traía la carne y las verduras, se había quedado con ella. Cómo y por qué sucedió lo que sucedió es otra historia. El caso es que desde esa noche, Estrella de Poniente se quedó a vivir con mi madre. Little Sam parecía ignorarlo hasta que un día se plantó frente a Melody y le dijo: Dime lo que sé que me tienes que decir. Y ella, sin titubear y con gran decisión, le contestó: mi corazón ha hablado. Lo siento Little Sam. Has sido el mejor marido del mundo, pero ya no te quiero. Entonces Little Sam se volvió a su taller y empezó a cantar bajito y pasó así algunas horas. Todo el mundo pensaba que iba a suceder algo terrible, pero se equivocaron.
Little Sam volvió a casa, cenó junto a nosotros la cena que Melody nos había preparado y luego se sentó en el porche y tocó la armónica.
Para Jim y Jam y para mí, la única diferencia con la etapa anterior era que ahora teníamos dos mamás. Estrella de poniente olía a flores sil- vestres y a animales en celo, un olor extraño que al principio mareaba, pero que luego, cuando te acostumbrabas reconfortaba. Estrella de poniente era una madre bien distinta, pero con manías similares a todas las madres del mundo. Por ejemplo, ella nos repetía mil veces que acabáramos la comida, sino que directamente metía nuestra cabeza en el plato dejando bien claro que la comida era para comer. Así eran las cosas con Estrella de Poniente. Claras. Sobre todo claras.
Yo estaba un poco preocupada por Little Sam porque desde que Melody vivía en la casa de al lado no dejaba de oír su sierra a todas horas. No paraba de hacer mesas, sillas, armarios, dia y noche, tantos que teníamos el jardín lleno de muebles, como si fuéramos a hacer una mudanza.
Era imposible jugar en el jardín. Le decía, papá descansa, pero él me abrazaba con sus grandes brazos y me hacía bailar con él una canción que decía: Desde que te has ido tengo un hueco entre las manos… Pero esa enajenación laboriosa de Little Sam no había de durar mucho.
Cuando Li An llegó a nuestra puerta dispuesta a comprar una cama para su anciano padre, a Little Sam se le quitaron las ganas de cantar blues y le entró un nerviosismo en el cuerpo que le hacía reirse como un tonto. ¿Habéis visto a la mujer que habla con papá? Me dijo Jim entusiasmado. Tiene los ojos rasgados, la piel blanquísima y el pelo negro y brillante como la cola de un caballo… Era tan hermosa que Little Sam la cogió entre sus brazos y la llevó así a ver las camas que se iban amontonando en el jardín trasero. Como Li An llevaba poco tiem- po en el condado pensó que aquello era una costumbre más de las muchas que no conocía en aquel extraño lugar y que los carpinteros trasladaban a sus clientes en volandas por alguna extraña razón. Como pronto descubriríamos, Li An era terriblemente ingenua. Quizá por eso todos deseamos inmediatamente protegerla de un mundo más cínico que ella.
Little Sam se enamoró de An Li como un niño. La tocaba una y otra vez, para cerciorarse de que era real, tan bonita le parecía. Ese mismo día le propuso a An Li que ella y su padre se fueran a vivir con él. Había sitio en la casa. Y camas de sobra…podía comprobarlo ella misma. No puede ser, dijo An Li entristecida, porque en tan poco tiempo ella también estaba fascinada con aquel gigante negro con un aire torpe e infantil ¿Por qué? Le preguntó Little Sam dispuesto a hacer lo que fuera.
Porque no vivo sola, respondió An Li. Tengo a mi cargo dos hermanos más.
Así fue como An Li, su padre y sus hermanos vinieron a vivir a nuestra casa. Li Li y Chow Chow eran un poco mayores que nosotros. Pero sólo un poco. Quiero decir que todavía les gustaba subirse a los árboles, derribar latas con piedras y criar gusanos de seda. El primer día que llegaron nos quedamos callados, unos frente a otros, dos chinos frente a tres mestizos y un perro azul. Pero en un santiamén estábamos jugando al pillo pillo entre los maizales, Li Li debía ser una hermana mayor.
Me di cuenta esa misma noche cuando se empeño en cepillarme el pelo y en darme polvos de arroz en las mejillas.
Éramos una familia estupenda y lo sabíamos. Teníamos nuestras cosas, nuestras pequeñas rencillas, pero el cariño que nos unía todo lo curaba.
A veces Estrella de Poniente se enfadaba con Melody, principalmente por motivos filosóficos, casi siempre relacionados con Spinoza, punto débil de su relación, y se iba a casa de Little Sam buscando consuelo.
El conocía tan bien a Melody… Tras una profunda conversación con él siempre volvía más relajada. Algo similar le sucedía An Li. Si se enfadaba con Little Sam se iba unos días a casa de Melody y Estrella de Poniente y allí siempre era bien recibida. Cuando Little Sam perdía la paciencia, cosa rarísima, entonces subía al desván donde se había instalado el abuelo y este le hacía una sesión de acupuntura que le dejaba como nuevo. Nosotros, los niños, a veces dormíamos en casa de Melody y a veces en casa de Sam. A veces todos los niños juntos, a veces no. A veces las chicas en una y los chicos en otra. Otras veces, si habíamos discutido, los dos bandos separados. Perro, como siempre, se quedaba en el patio y nos chupaba las piernas indiferentemente.
De aquellos fantásticos años de mi infancia guardo los mejores recuerdos.
Nunca las tardes fueron tan cortas, el aire tan limpio y la risa tan sonora. Fuimos creciendo y cada uno de nosotros fue siguiendo su camino. Jim y Jam se hicieron arquitectos, Jim especializado en grandes superficies y Jam en proyectos minimalistas. Chow Chow montó un restaurante de comida china alternativa, con influencias suizas e indias.
Su palto estrella era búfalo a la salsa roja con queso gratinado. Gran innovador mi hermano Chow Chow. Li Li se hizo diseñadora y trabajaba para una revista de moda. Perro murió de viejo y Little Sam lo disecó y lo puso sobre la chimenea, para que no lo cogieran sus nuevos hijos, los chinitos negros que An Li había engendrado. Y yo… Yo me quedé allí, dejando pasar la vida dulcemente.
Un día Li Li me vino a buscar. Quiero que vengas conmigo, me dijo.
Ya es hora de que vengas tú hagas también tu vida. Al principio simulé no oírla, pero tras sentirla a mi lado días y días hablándome en susurros, como si fuera mi propia conciencia, cedí. Fue el empeño de Li Li el que me convenció. Nunca había querido aceptar que era ciega. Vivía como si no lo fuera, sólo los obstáculos, los muebles descolocados o las raíces en el campo me lo recordaban. Mi familia siempre me había seguido el juego. Pero desde hacía algunos años mi vida había entrado en punto muerto, en una vía sin tránsito. Fue Li Li la que me hizo enfrentarme a mi situación, la que me llevó a una escuela de ciegos donde aprendí a leer y escribir, a manejar el bastón, a aceptar que la oscuridad, por mucho que la ignorara, siempre seguiría allí. Fue entonces cuando escribí mis primeros cuentos para niños. Cuando por primera vez sentí que empezaba a ser la persona en que debía convertirme.
Ahora trabajo en casa con el ordenador. Por las mañanas antes de salir de casa, Li Li me da un beso y las horas del día pasan rápido. Sin enterarme. Pero el mejor momento del día es cuando ella regresa a mi lado.
Por que Li Li es ahora mi amiga, mi hermana, mi amante. Es la almohada en que acumulo mis sueños. El animal de compañía que ronronea en mi regazo. La luz que ilumina mi penumbra. Y juntas deseamos formar una familia muy especial.
 
 (*) Extraído de:

Colección Cuentos para la diversidad. COGAM. Colectivo de Gays, Lesbianas y Tansexuales de Madr

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