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sábado, 19 de mayo de 2012

La violencia, la policía y las escuelas. Pablo Gentili - 3º Parte

Autoras/es: Pablo Gentili (*) - FLACSO 
Pablo Gentili
(Fecha original del artículo: Mayo 2012)

La violencia, la policía y las escuelas (3)

Por: | 16 de mayo de 2012

4. El control y la prevención de la violencia presuponen un valor que está en profunda crisis en las sociedades latinoamericanas: la confianza.
Como ponen en evidencia diversos estudios, la ausencia de confianza fragiliza y quebranta las bases sobre las que se deben fundar los acuerdos y ejercer los mandatos institucionales de una sociedad democrática. De tal forma, la desconfianza hacia la policía interfiere fuertemente en las relaciones que se establecen entre las fuerzas de seguridad y la población. Para los más pobres, la desconfianza en el accionar policial suele estar basada en evidencias bastante contundentes. Abordajes violentos y prepotentes por parte de los agentes de seguridad, falta de respeto y agresiones físicas, abusos de poder y de autoridad son cotidianamente vividos por la población de menores recursos económicos en Latinoamérica. Una situación que suele volverse mucho más grave cuando se trata de jóvenes de sectores populares.

Pistola en joven 2
En Brasil, la violencia policial suelen tener a los jóvenes negros como sus principales víctimas.
La policía, en casi todos los países latinoamericanos, cuando aborda un grupo de jóvenes en cualquier circunstancia, lo hace de manera violenta, agresiva y desprovista del cuidado y la atención que imponen sus derechos más elementales. Cuando ellos son de sectores populares, aunque los agentes policiales casi siempre también lo sean, esa prepotencia se redobla e intensifica. La reciente investigación de Latinobarómetro indica que 65% de los brasileños tiene poca o ninguna confianza en la policía. También, que sólo 16% de las personas que sufren un delito lo denuncian. No parece ser este un buen antecedente para comenzar una experiencia de convivencia educativa entre agentes policiales y jóvenes de sectores populares, teniendo la escuela pública como escenario. Poner un policía en el interior de cada centro educativo, sin considerar este hecho, puede ser como tratar de apagar un incendio con gasolina.
La desconfianza brasileña en la institución policial no es más grave que en el resto de Latinoamérica, como muestra la investigación citada. Una señal de alerta acerca de lo desatinado que puede resultar este tipo de medidas en cualquier país del continente.
Mientras el gobierno de Río de Janeiro anunciaba la decisión de aumentar la seguridad de las escuelas, dos policías eran condenados por el ataque con gas pimienta a dos pequeñas niñas que participaban de una protesta comunitaria. El reclamo de los vecinos radicaba en la falta de apoyo oficial a las víctimas de un deslizamiento de tierras. La policía local decidió dispersar los peligrosos manifestantes, atacando a los niños primero. La imagen, desbordante de brutalidad, llenó de indignación al país, aunque el fino trato policial nada sorprendió las protagonistas de la escena, acostumbradas a la humillación y la violencia. La pena impuesta a los policías involucrados en el hecho: pagar una indemnización de € 440 a cada niña. Expresión monetaria que la justicia considera suficiente para compensar la humillación, el riesgo a perder la visión, el maltrato y el abuso de autoridad que sufren dos pequeñas, quizás, simplemente por el hecho de ser pobres, negras y vivir en áreas cuyos terrenos se desmoronan si llueve más de la cuenta.
Gas pimenta meninas
Policía ataca con gas pimienta a dos pequeñas durante un reclamo vecinal en marzo de 2011. Foto: Pedro Kirilos - O Globo.
Esa misma semana, los periódicos divulgaban la imagen de un policía que patrullaba las calles de la Rocinha, una de las mayores favelas de Río, mientras se divertía rociando con gas pimienta a una perrita que lo observaba pasar. Mostrando un refinado conocimiento sobre el mundo canino, el oficial a cargo justificó el hecho argumentando que la cachorra había perdido sus crías y estaba psicológicamente alterada. En rigor, no deja de ser sintomático que la policía considere que las madres que pierden a sus hijos son una amenaza para el orden público. Los ejemplos abundan. Como quiera que sea, el mensaje es elocuente. Si ante dos pequeñas indefensas, un sujeto al que se le confía el orden público decide demostrar su insignificancia moral atacándolas con un arma antidisturbios, qué podría esperarse del trato dispensado a un perro. Sea como fuera, a mi me inquietaría enormemente que alguno de estos policías estuviera apostado en el patio de la escuela donde estudian mis hijos.
Por el momento, la Secretaría de Seguridad Pública no ha indicado si el gas pimienta será uno de los dispositivos pedagógicos que usarán los agentes policiales en las escuelas de Río de Janeiro, aunque los otros implementos que cuelgan de sus uniformes suelen ser más letales y peligrosos.
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Policía expresando su amor por el reino animal en la favela de la Rocinha, Río de Janeiro. Foto: Domingos Peixoto - O Globo.
Es evidente que la desconfianza no es sólo un atributo que define la relación entre los jóvenes y la policía, sino una característica que penetra capilarmente en el espacio escolar y en los vínculos que allí se establecen. Como ha afirmado en diversas oportunidades la investigadora de FLACSO Brasil, Miriam Abramovay, hay un vacío de poder en las instituciones escolares que hace aún más frágiles las relaciones entre alumnos y profesores, un espacio obturado que debe ser reconstruido con diálogo, respeto y mucho trabajo colectivo. La presencia policial en las escuelas profundizará este vacío, sumándole desconfianza a la capacidad que poseen los actores de la comunidad educativa para resolver sus propios problemas.

5. La presencia de la policía en la escuela será una fuente de nuevas inseguridades.
La violencia escolar es fruto de la violencia social, pero se procesa y se amalgama en el espacio educativo con una especificidad propia. La inseguridad también. Construir un vínculo de confianza entre docentes y alumnos es uno de los mayores desafíos de toda práctica educativa democrática. Y ese vínculo hoy está interferido por recelos, prejuicios y desconocimientos mútuos que fragilizan aún más las oportunidades de aprendizaje en los centros escolares. Una de las más complejas formas de inseguridad que se vive en la escuela es la precaria relación de compañerismo y la ruptura de un vínculo de cariño entre docentes y alumnos, especialmente, entre los jóvenes y sus maestros. Lo que se vive o identifica como violencia escolar es, casi siempre, un hecho que se relaciona de una u otra forma con esta fragilidad de los vínculos educativos. No me refiero, claro, al tráfico de drogas dentro de las escuelas, un delito que, por cierto, mucho asusta, aunque sobre el cual se disponen de pocas estadísticas convincentes. Hago referencia a los hechos de violencia que cotidianamente preocupan, dentro de las escuelas, a los alumnos y sus docentes. La violencia en la escuela, sin lugar a dudas, existe. Sin embargo, establecer definitivamente que su prevención o enfrentamiento pasa por la presencia de agentes policiales en el interior de los centros, significa aceptar que no serán los propios miembros de la comunidad escolar los que podrán ser capaces de asumir semejante desafío. A la ya deteriorada autoestima docente se le deberá agregar un nuevo atributo: su total incompetencia para la resolución de conflictos. A la desconfianza con que se percibe la presencia de los jóvenes dentro del espacio escolar, se le sumará la presunción de culpabilidad que cada uno de ellos sentirá cuando sea inspeccionado por los ojos guardines del agente policial de turno. Cada docente consolidará su imagen de ineptitud para enfrentar los problemas cotidianos de la escuela. Cada joven su condición de sujeto peligroso para el orden y la seguridad pública. No creo que sea esta una buena forma de hacer del ambiente escolar un lugar más seguro. Más bien, estimo que se trata del camino más firme a volverlo definitivamente inhabitable. Como si a nuestras escuelas no le faltaran problemas, ahora tendrán un agente policial recorriendo sus pasillos con el objeto de protegerlas.
La violencia es en las sociedades latinoamericanas un problema de enormes magnitudes. Como siempre, cuando algo no funciona, la escuela acaba siendo el síntoma. A la policía en las calles muy bien no le va. Es probable que tampoco le vaya muy bien en su capacidad para prevenir la violencia educativa. Si esto ocurre, no faltarán los especialistas que argumentarán que la culpa ha sido, una vez más, de la escuela pública.
El fuego cruzado de propuestas y reformas que se ciñen sobre la educación suele despreciar el valor de los sujetos que habitan el espacio escolar. La confianza en la capacidad que los alumnos y profesores tendrán para resolver sus problemas es tan escasa como la confianza con que ellos se miran y se reconocen entre sí. Dotar a la escuela de condiciones para enfrentar sus propios problemas debe ser un imperativo de toda política educativa democrática.
La idea de que la escuela debe replicar o introducir modelos o dinámicas externos a su especificidad suele ser habitual, aunque constituye una salida mediocre y simplista a los problemas que enfrenta la educación en nuestros países. Así como ante la supuesta crisis de productividad de la escuela se pretenden importar hacia ella los modelos de gestión de las empresas, ahora, para que las escuelas sean espacios más seguros, se le introducen policías destinados a cuidar el orden interno, Si los empresarios latinoamericanos no siempre son ejemplo de productividad y esmero por la calidad, qué podemos decir de la competencia técnica y profesional de las fuerzas policiales que patrullan la región más violenta del planeta. A ellas, hoy, le confiamos el desafío de erradicar la violencia en las escuelas. Parece una decisión temeraria.
Y seguramente lo sea.
(Desde Río de Janeiro)
 

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