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lunes, 9 de julio de 2012

Apuntes sobre la "Lilíada" de Horacio Verbitsky

Autoras/es: Delia Lerner
(Fecha original del artículo: 1998 )

(…) Finalmente, después de haber analizado los problemas planteados por el diseño curricular y de haber seguido de cerca las vicisitudes que atraviesan algunos quehaceres del lector en la institución escolar, resulta relevante cerrar este capítulo poniendo en primer plano una de las ideas esenciales enunciadas al comienzo: la necesidad de preservar el sentido de la lectura y la escritura. Retomar esta idea a través de una experiencia personal, que revela uno de los sentidos importantes que la lectura y la escritura tienen aquí y ahora, contribuirá a mostrar por qué la enseñanza de las prácticas de lectura y escritura no puede limitarse a la transmisión de contenidos puntuales, permitirá poner en evidencia hasta qué punto compartir esas prácticas reviste un sentido profundo y vital.
Hace algún tiempo, al abrir
Página 12, encontré un artículo de Horacio Verbitsky que se titulaba “Lilíada”. Como en esa misma página había una foto de Rodolfo Walsh, pude hacer algunas anticipaciones sobre lo que Verbitsky quería decir. Yo sabía que Lilia Ferreira, la compañera de Walsh, estaba luchando para que le restituyeran no sólo el cuerpo sino también los manuscritos que fueron secuestrados de su casa de San Vicente después de que Walsh fuera asesinado, e imaginé, entonces, que el título del artículo era un homenaje que el periodista le estaba haciendo a Lilia Ferreira; era una manera de sugerir que ella estaba protagonizando una gesta épica.
Cuando leí el artículo, comprobé que mis suposiciones no estaban del todo erradas, pero también descubrí otros sentidos que no había podido anticipar y son precisamente esos sentidos los que me parece relevante poner en primer plano.
Verbitsky cuenta que Lilia, después de introducir –acompañada por muchos escritores– el pedido de restitución en la Cámara Federal, fue con algunos amigos a tomar un café.
Lilia dijo que había cruzado la angustia de la noche anterior a la presentación releyendo los últimos cantos de La Ilíada de Homero, que devoró por primera vez en su adolescencia y a la que vuelve en momentos especiales. Siempre empieza diciendo que ella no es una oradora ni una narradora y después mantiene a cualquier audiencia en vilo con un relato de cuya atmósfera se tarda más en salir de lo que cuesta entrar.
Le pregunté por qué no lo escribía para el diario de hoy y dijo que necesitaría más tiempo porque, claro, cree que tampoco es una escritora.
Entonces le pedí que me lo repitiera para escribirlo yo por ella. Con el viejo tomo encuadernado en tela roja sobre la mesa, fue leyendo y comentando los cantos del poema dedicados 21 a la recuperación del cuerpo de los muertos, al duelo y las honras fúnebres luego de la guerra librada entre Aqueos y Troyanos.
Lilia continúa leyendo una parte del relato, cuyo contenido puede sintezarse así: Héctor, el campeón de los troyanos, habían matado a Patroclo –amigo de Aquiles– y quería arrastrarlo en su carro por el suelo; Aquiles, enterado de esto, mata a Héctor y pretende hacer con su cadáver lo mismo que Héctor se proponía hacer con Patroclo. Pero entonces interviene Príamo –el padre de Héctor– y el último canto inquiere a Hermes, mensajero de los dioses, “si está aún el cuerpo de mi hijo junto con las naves o lo destrozó ya el hijo de Peleo para arrojarlo a los perros”. Hermes informa al anciano que el cadáver está en muy buen estado. Luego, conduce a Príamo hasta la tienda de Aquiles: 
Afligidos por la pena lloraron ambos, cada uno por sus muertos. “No me pidas que repose cuando aún está Héctor insepulto en su tienda, entrégame su cadáver para que pueda yo contemplarlo”, implora Príamo. “Ah, desdichado, cuán numerosos son los infortunios que tu corazón ha sufrido. Pero ¿cómo te has atrevido a venir solo hasta las naves aqueas y soportan la presencia del hombre que dio muerte a tantos de tus valerosos hijos?”. “De hierro es tu corazón”, le responde Aquiles, el de los pies ligeros, antes de lavar y ungir el cuerpo de Héctor.
Luego de envolverlo en una túnica y un manto y colocarlo en un carro, pregunta a Príamo de cuántos días desea disponer para las honras fúnebres. “Durante este tiempo permaneceré inactivo y contendré al ejército”, le promete.
Príamo pide nueve días para llorarlo, el décimo para enterrarlo, el undécimo para erigir el túmulo. “Y al duodécimo volveremos a combatir si es necesario”. Aquiles asiente: “Se hará según tu deseo”.
Y Verbitsky concluye: 
Esta mera transcripción sólo procura que los lectores puedan compartir los sentimientos más profundos sobre la vida y la muerte que el género humano expresó en un poema 2 600 o 3 000 años y que Lilia nos devolvió ayer a tres privilegiados en esa mesa de café, a metros del lugar más prosaico de la tierra más desprendida de la épica.
Son razones como éstas las que impulsan a aunar esfuerzos para constituir como objeto de enseñanza las prácticas de lectura y escritura, así como para preservar en la escuela el sentido que ellas han tenido y siguen teniendo para los seres humanos.
 
Bibliografía:
Lerner, Delia (2001),  Leer y escribir en la escuela: lo real, lo posible y lo necesario. México, Fondo de Cultura Económica. Cap. III "Apuntes desde la perspectiva curricular".

Fuente:
Verbitsky, Horacio (1997), “Lilíada”, artículo publicado en Página 12, 23 de mayo, Buenos Aires.


N. de la Ed.: las cursivas son nuestras 

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