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martes, 28 de agosto de 2012

FACUNDO Y FIERRO. ALGUNAS NOTAS SOBRE CIVILIZACIÓN I BARBARIE.

Autoras/es: Mario Aiscurri
(Fecha original del artículo: 2005)
1.- Sarmiento y Facundo.
Hablar de Martín Fierro sin hablar de Facundo y de su inventor, Domingo Faustino Sarmiento, parece insustancial, porque es a partir del dilema entre civilización y barbarie que los argentinos podemos pensar en nuestra realidad social y, por ello, pensarnos. Y, en tren de pensarnos con profundidad, debiéramos superar los análisis de coyuntura, aptos y legítimos en la lucha política, y hacerlo con grandeza y para los tiempos, si no queremos permanecer en esta suerte de parálisis mental por la que navegamos como una nave al garete por mares que carecen de vientos y de corrientes.
Civilización i barbarie fue el subtítulo de la biografía de Facundo Quiroga que debemos a Domingo Faustino Sarmiento. ¿Se trata de un acto fallido o de una definición auténtica? Es muy difícil decirlo, pero los cierto, lo que se ha escapado a muchos, es que Sarmiento no excluye la barbarie de su horizonte mental. Pero ¿quién fue Sarmiento?
La “década infame”, desde el punto de vista del desarrollo del pensamiento argentino, fue una de las décadas menos infames del Siglo XX. El debate político, de ricas conceptualizaciones, deslizó el saber de los dirigentes por diversos campos, donde la filosofía y la historia tuvieron particular protagonismo. En ese período se conformaron imágenes divergentes de Sarmiento en lo se puede denominar el ámbito del pensamiento nacionalista. Durante 1938, año del cincuentenario de la muerte de Sarmiento, se consolidó institucionalmente el revisionismo histórico con la fundación del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Por su parte, el guión de Su Mejor Alumno de Homero Manzi y Ulises Petit de Murat declara un copyright de 1941, el ejemplar que poseemos es de 1944, año en que se rodó la película. No es inútil recordar aquí que Homero Manzi era militante de la agrupación radical denominada FORJA a la que suele adjudicarse su condición de hito fundacional del nacionalismo popular.
Su mejor alumno de Lucas Demare es, sin duda, una de las más atractivas biografías de Sarmiento. Como ya hemos dicho el guión fue escrito por Homero Manzi y Ulises Petit de Murat. Una de las primeras escenas del film es de por sí interesante para hacernos pensar el pasado sin dogmatismos serviles a necesidades políticas de coyuntura. En el despacho del ministro Portela y ante la presencia del periodista Soto, con quien peleará a bastonazos en la calle y mantendrá una disputa periodística, Sarmiento, con tanta impaciencia como desatino político, reclama la creación de un departamento gubernamental para atender el desarrollo de la instrucción pública. El ministro lo manda a la Legislatura, aduciendo que ya no se gobierna por decreto como en la época de Rosas. La respuesta es contundente “No debe recibirse como moneda de buena ley todas las acusaciones que hemos hecho a Rosas en aquellas épocas de lucha. ¡Al pasado no hay que criticarlo, hay que superarlo!”.
El relato adelanta y Sarmiento ya es senador en la Provincia de Buenos Aires. Un debate intenso y los jóvenes, entre los que está su hijo Dominguito, se expresan con entusiasmo desbordado en la barra. Un senador acusa a Sarmiento de desconocer la realidad de la campaña; admite que defienda sus bibliotecas y escuelitas, pero no acepta que para ello tenga que insultar a los que “nos hemos enriquecido con nuestro trabajo”. Sarmiento contesta con la excitación a la que ya estamos acostumbrados: “La riqueza de ustedes no se debe al trabajo sino a la vehemencia de los toros y a la fecundidad de las vacas”... El senador se ofende porque está injuriando a las fuerzas vivas. La respuesta es aleccionadora: “¿Fuerzas vivas?... ¡Eso no se lo permito yo! ¡La única fuerza viva es el pueblo!... En usted reconozco solamente la voz de una aristocracia con olor a bosta!”. Luego vienen chicanas mutuas, pero es el propio Sarmiento el que intenta reencausar el debate por el camino de la discusión de las ideas: “Esta tormenta la ha provocado mi afán de educar al pueblo de la campaña... A los hijos de los gauchos. Yo... Yo que nunca les hice derramar su sangre generosa para servir a mis ambiciones; yo que nunca los adulé para explotar su ignorancia, soy aquí el defensor de su porvenir. Y los otros, los que se llenan la boca con la palabra gaucho, me apostrofan, se ríen de mí, me llaman loco y le niegan al gaucho no sólo la educación sino hasta la tierra y el producto justo de su trabajo.”
La imagen de los revisionistas contradice en más de un sentido los fragmentos descriptos aquí. Le cuestionaban a Sarmiento su enfrentamiento con Rosas y la desvalorización del gaucho y le atribuían una concepción enajenada de la nacionalidad.
El texto de Manzi sigue poblado de ideas similares: “...con esos gauchos San Martín formó un ejército.” Y algo mucho más radical: “Cuando se agitan las pasiones políticas es difícil saber de qué lado está la barbarie. Casi siempre llamamos barbarie a lo que no nos conviene”. Mostramos este Sarmiento de Homero Manzi con la única finalidad de enfocar el problema histórico sin prejuicios. Se supone que Homero Manzi, militante de FORJA en 1938, debía estar más cerca de las visiones del revisionismo y sin embargo hace esta apología que podríamos caracterizar de yrigoyenista del escritor sanjuanino. En el mismo esquema, el revisionismo intentó ver un José Hernández opuesto a la civilización y a la inmigración europea, defensor de la criollidad y hasta de la barbarie, o por lo menos de la tradición hispanista que Sarmiento caracteriza como lo más bárbaro de l civilización.
Sólo por tomar una, elegimos transcribir algunas frases de una biografía de Sarmiento publicada en 1946 por Manuel Gálvez, un nacionalista cercano al pensamiento revisionista. Tal vez no sea la versión más ortodoxa del revisionismo, pero es de un contraste evidente con el guión de la película.
“Para su posteridad Sarmiento fue liberal, en política y en religión. Y hasta abundan quienes lo consideran el padre del liberalismo argentino.
“Un liberal en política, un demócrata, no es partidario del autoritarismo, ni en la teoría ni en la práctica. No es tampoco un espíritu dogmático, y él lo era en grado superlativo. (...). Desde los treinta hasta los cuarenta años sirvió en Chile a gobierno autoritarios y aún despóticos. En el Estado de Buenos Aires aprobó todas las atrocidades cometidas por los sucesores de Rosas, desde la matanza de Villamayor hasta la confinación de tal o cual enemigo. En San Juan, según él mismo lo contó, imponía personalmente contribuciones en dinero, con amenazas de cárcel. (...) Era contrario al sufragio universal: deseaba prohibir el voto a los menores de edad, a los analfabetos y a los negros. Durante su presidencia fueron fusiladas unas treinta personas. Puso precio a la cabeza de López Jordán y de otros. Clausuró diarios, entre ellos La Nación y La Prensa. Elogió en Argirópolis a todos los imperialismos, inclusive el prusiano. (...)”
¿Cuál de estos dos es el verdadero Sarmiento? Seguramente los dos y muchos más.
Nos hemos demorado en estas descripciones de Sarmiento para no tener que demorarnos en otras prejuiciosas descripciones cuando hablemos a José Hernández y para tratar de intuir de qué manera podemos aprovechar esta rica historia de pensar en argentino que estos autores tuvieron.

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¿Qué es el Facundo? ¿Un ensayo que intenta dar cuenta de la realidad social argentina de mediados del siglo XIX o los fundamentos de un programa político? No diré nada nuevo si sostengo que es las dos cosas. Y algo más. Es el testimonio de un argentino al que le duele la Patria en los huesos.
¿Qué contiene el Facundo? Abundante material para el estudio de la historia social de la primera mitad del siglo XIX, tanto por los aportes decisivos para las ciencias sociales como por la cristalina exposición de la situación mental en que son concebidas.
Podemos clasificar los subtextos útiles para el análisis, en dos grandes continentes: el sociológico y el político. En el primero desfilan los “tipos humanos”, las situaciones mentales que se han generado en la Argentina de la época objeto de su análisis, a partir de las determinaciones geográficas, raciales y políticas. Se describe el paisaje, la composición racial - cultural, la vida en las ciudades (Córdoba y Buenos Aires), la vida de provincia y en las extensas campañas y varios retratos biográficos de interés político y social (Bolívar, Artigas, Rivera y, por supuesto, Facundo y Rosas).
Su ensayo sociológico no es precisamente una formulación científica ortodoxa. La aparente erudición y racionalidad que lo sostienen se ven contaminadas por una expresión sensible y dolorosa de la realidad social. No se trata de un dolor lastimero basado en la derrota política evidente, y aceptada con resignación, o en la imposibilidad de la victoria que se sigue esperando; es casi el resultado agotador de una celebración. Sarmiento celebra el triunfo final que obtendrá la civilización sobre la desaparición de la barbarie, aunque la realidad parecía desmentirlo a diario. Sin embargo, como una verdadera derrota, o como una verdadera victoria, la barbarie se le mete en la sangre como una presencia ineludible. Lo acosa como el desierto a la Argentina. No puede apartar de su vista la Patria y sus conflictos y de la sombra terrible de Facundo. Esperar de Sarmiento una visión distante, reflexiva y desapasionada de la realidad que aborda es imposible. Todo es turbulencia, ambivalencia, triunfo y derrota. Todo es pasión, donde la presencia ineludible del anatema lo seduce tanto como el deseo de su destrucción.
La ambivalencia es el signo dominante del Facundo.
Pinta, por ejemplo, cuadros magníficos de los tipos humanos de la barbarie: el ‘rastreador’, el ‘baquiano’, el ‘gaucho malo’ y el ‘cantor’. En los dos primeros ni siquiera intenta reprimir su admiración, ponderando positivamente sus habilidades profesiones que describe en una dimensión casi fantástica. Sin embargo, cambia de tono con el ‘gaucho malo’ a quien caracteriza como la esencia de la barbarie que es capaz de matar por el sólo hecho de mostrar su coraje forjado en un ambiente hostil. En la descripción del ‘cantor’ se expresa toda la ambivalencia del texto: es casi siempre un ‘gaucho malo’, pero es también un virtuoso que, aunque pobre en técnica musical, es rescatable por la valoración del arte poético.
Cuestiona la incapacidad del ‘gaucho malo’ de sujetarse a toda legalidad, pero comparte ciertos resultados de su culto al coraje: la enorme valía de la autoconciencia de potencia y confianza en un destino de grandeza que comparten entre sí todos los argentinos, sean bárbaros o civilizados, después de haber llevado a cabo con éxito, y sin más recursos que ese coraje, la magnífica obra de la independencia. Es por esa ambivalencia que este argentino a un tiempo reivindica el rol fundador de la Patria de la Revolución de Mayo y la cuestiona porque desató las fuerzas de la barbarie, las que paradójicamente constituyen el basamento de su triunfo. ¿Es por esta ambivalencia que subtitula civilización i barbarie, en lugar de civilización o barbarie como era de esperar?
El ‘gaucho malo’ canta como lo hará Martín Fierro. Sarmiento no se detiene a mirar si la ley es justa o no, ni si el sistema de relaciones encierra algún tipo de injusticia social como lo hará el gaucho de Hernández, cuando el partido de la civilización haya derrotado la barbarie. Se limita a describir la impronta que el paisaje y la manera hispánica de afrontar su desolación han dejado en el hombre que lo habita. Por otro lado, no hay conflictos sociales en la idea que aspira a imponer porque se trata de puro ideal. En tal caso, si hay conflictos en la barbarie, es debido a su presencia concreta, odiosa y seductora.
La barbarie rechaza a la civilización a través de la voz del ‘cantor’, en cuerda de irreverente mofa. Pero, la poesía es un valor sublime para los paisanos. Sarmiento refiere que, en cierta oportunidad, Esteban Etcheverría había realizado un viaje de placer a una estancia de la Provincia de Buenos Aires. Los paisanos miran con sorna sus trazas de europeo civilizado. Están a punto de iniciar sus mofas, cuando alguien dice “es poeta”. A partir de allí el paisanaje comienza a tratarlo con inesperada reverencia y respeto.
Muchos sarmientistas, con hipérbole de seguidores fanáticos, sostuvieron la pretensión de mostrar a la barbarie como esencialmente violenta frente a un pacifismo civilizado. Esta visión tiene, sin embargo, muchos contrastes con los hechos de nuestra historia, desde los fusilamientos de Dorrego y Boedo hasta los bombardeos a Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 y la desaparición forzada de personas durante la última dictadura militar. Sarmiento mismo, si seguimos a Gálvez, forma en las filas de la violencia civilizadora. Su honestidad apenas si pudo rescatar un rasgo fundamental en el gaucho: mira al civilizado sin odio ni desprecio, sólo despliega una festiva socarronería, no carente de admiración.
El Facundo es también la presentación de un programa político que utiliza la descripción “sociológica” que lo antecede para justificar la violencia de la implementación política de la civilización. Muchas veces la supresión de la barbarie asumió la destrucción literal del paisanaje. El hecho paradigmático y por cierto más doloroso, tal vez sea el degüello de 300 soldados federales, sorprendidos por la vanguardia porteña, comandada por Venancio Flores, mientras dormían en Cañada de Gómez después de la batalla de Pavón.
Más que un programa político, vemos en Facundo, la fundación de un sistema que será, junto con el Dogma Socialista de Esteban Etcheverría y algunas producciones de Alberdi, piedra basal de una verdadera mitología política que pervivirá hasta nuestros días. Interpretaciones actuales sobre fenómenos actuales reconocen una indudable filiación de la relación dialéctica entre civilización y barbarie.
Cuando Sarmiento intenta transferir su análisis “científico” de la sociedad a la esfera de la política, la ambivalencia hace imposible la sistematización, transformando la ciencia social en adjetivación arbitraria, administrada según el partido al que adhieren los personajes. Artigas será, entonces, un ‘gaucho malo’ y Fructuoso Rivera un general ‘baquiano’.

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¿Cuáles son las categorías básicas que Sarmiento funda? ¿Cuál es su valor y consistencia para comprender realmente nuestro pasado y presente?
Las categorías ‘civilización’ y ‘barbarie’ son quizás más aptas para comprender la evolución de las ideas políticas de nuestro país que los conceptos de ‘derecha’ e ‘izquierda’. No tanto por su ajuste a una explicación científica de la realidad social, como por su funcionalidad histórica en la política, la literatura y las ciencias sociales criollas. Durante los más de ciento cincuenta años de creadas han sido utilizadas constantemente tanto para producir historiografía como para pensar y actuar la política.
¿Qué es, en sentido estricto, la ‘barbarie’? Para Sarmiento es la formación histórico cultural de la Argentina rural heredada de la conquista española y forjada en la hostilidad del paisaje americano. En un sentido lato, será mucho más. ¿Será la representación de todo lo no deseado? No, en realidad, la representación de lo deseado que no puede ser aceptado.
Partiendo de aquí, Sarmiento define dos grandes partidos: el de la ‘barbarie’, hispanista y retrógrado, y el de la ‘civilización’, europeísta y progresista. La civilización se producirá con la apertura de las mentes a las nuevas formas sociales y culturales de Europa.
De la lectura de Facundo se plantea una pregunta ¿qué debe hacerse con la ‘barbarie’?. La incapacidad del partido de la civilización para responderla satisfactoriamente, y de modo unívoco, explica en gran medida el violento y conflictivo desarrollo de la historia política argentina.
Como en tantos otros pensadores y políticos argentinos podemos figurar la actitud del observador como aquel que está en un pasillo lleno de puertas cerradas que poseen un cartel indicador de su contenido. Leen en todas las puertas, pero sólo abren algunas.
¿Qué hacer con la ’barbarie’? Suprimirla físicamente ya sea mediante el reemplazo de una población por inmigrantes europeos civilizados; ya por medio de una educación europeizante. Sarmiento encaró ambas alternativas.
En oportunidad de realizar un retrato de Simón Bolívar lo describe como un caudillo popular. Agrega “Colombia tiene llanos, vida pastoril, vida bárbara, americana pura, y de ahí partió Bolívar; de aquel barro hizo su glorioso edificio”. La posibilidad de construir la ‘civilización’ en el barro de la ‘barbarie’ es la puerta que Sarmiento ve, pero no abre. Abre otras dos: la supresión violenta de los gauchos, en especial la guerra contra el Chacho Peñalosa después de Pavón, y el reemplazo mental a través de la universalización de la educación primaria, educar al soberano.

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En Recuerdos de Provincia, escrito 5 años después que Facundo, la ambivalencia de Sarmiento es aún más evidente, la seducción de la barbarie es más palpable.
Bastará señalar sólo dos aspectos para que se perciba claramente. Retoma la descripción del ‘rastreador’ que ya había desplegado en Facundo. La valoración del arte del personaje no se limita a la caracterización de una tipología. En Facundo había reconocido aspectos rescatables en los gauchos, pero descartaba totalmente la consideración en los indios. Algo de la imperfecta civilización hispánica había en el gaucho. El indio era un salvaje sin matices. En Recuerdos..., reconoce explícitamente la raigambre huarpe de las artes del ‘rastreador’ y no se detiene allí, celebra la pervivencia de otras costumbres de ese pueblo en su provincia.
Toma las notas que le permiten edificar la descripción del ‘rastreador’ de una persona identificable, el huarpe Calíbar. Ya había nombrado a Calíbar en Facundo como ejemplo del tipo humano que pretendía describir con una validez más general. En Recuerdos... le dedica más tiempo y lo trata con una especial inclinación afectiva. Su pluma apasionada lo lleva a la estatura de arquetipo. Lo ha conocido, ha tratado a sus hijos y recuerda como, en una oportunidad crítica, se jugó por el Partido Unitario.
Los “árabes” merecen un trato similar. En Facundo había establecido un paralelo entre los bereberes y los gauchos, entre Abdel Kader y Juan Manuel de Rosas. Ambos pueblos y caudillos eran bárbaros. En Recuerdos... reconoce y pondera su condición de descendiente de árabes; comenta que lo descubrió en su apellido Albarracín que lo hace “deudo del profeta”, y en sus rasgos físicos.
El carácter del libro explica quizás estos desplazamientos del discurso hacia el costado de los sentimientos. Facundo tiene pretensiones de científica racionalidad. Pretende allí fundar las categorías para explicar lo que él autor llama la “guerra social” en nuestro país. De manera casi misteriosa logra fundar esas categorías que atravesaron todo nuestro pasado hasta la actualidad, pero no desde la ciencia social sino desde el ensayo, siempre tentado de por sus proximidades a la ficción. Seguimos aquí, al valorar estos textos de Sarmiento, a Gunter Rodolfo Kush quien sostenía la idea de la imposibilidad de las ciencias sociales en la Argentina y, al mismo tiempo, de la potencia creadora del ensayo. Recuerdos... es un texto más relajado, es una autobiografía, y Sarmiento se permite concientemente expresar sus emociones.
Recuerdos... parece cubrir el programa delineado por el autor. Facundo, falla en su pretensión de asepsia y fría racionalidad científica desde la primera línea “¡Sombra terrible de facundo, voy a evocarte...!”
Sarmiento no ha podido escribir de otra manera y, si Gunter Rodolfo Kush estaba en lo cierto, no hay en América otra manera de hacerlo. Desde este punto de vista, los guiones de Mordisquito, los libros de Borges, los tangos de Homero Manzi explicarán mejor lo que somos y estarán más cerca de la manera de Sarmiento que muchas de las más eruditas monografías que producen el ámbito académico que profesan fe de progresismo sarmientino.


2.- Hernández y Fierro.

Hay una “realidad” intertextual, o por lo menos un ámbito intertextual, donde también vive la verdad. La comunicación, donde cada individuo escucha, decodifica, piensa, codifica y habla, puede generarlo. Junto con los originales, aparecen así nuevos textos que son hijos de la nada en términos realistas, que sólo son hijos del diálogo. Desde luego que, para que un mensaje llegue a un interlocutor, hay requisitos que cumplir: código en común, canal adecuado (sin ruidos) y voluntad de comunicarse.
Los debates, a veces ruidosos, son también formas, aunque veces incompletas, de comunicación porque los interlocutores rara vez se escuchan. Ignoro si Sarmiento recogió el guante arrojado por Hernández. Lo que queda claro es la comunicación en sentido contrario, El gaucho Martín Fierro es una evidente respuesta a Facundo.
Sarmiento sostenía que el ‘gaucho malo’ era incapaz de sujetarse a la legalidad. Hernández responderá que el gaucho, sin adjetivo, se rebela ente una legalidad injusta. Martín Fierro hacía alarde del coraje que Sarmiento sostenía compartir, pero no era malo por naturaleza, ni por condicionamiento del paisaje, ni por la herencia hispánica. El despojo, primero de su libertad, luego de sus bienes materiales, finalmente de la dignidad de su familia, lo hizo matrero. Agravaba la situación que los que ejercieron la expropiación y consumaron el despojo eran tan criollos como el gaucho perseguido.
Es oportuno introducir aquí un texto publicado un par de años antes que El gaucho Martín Fierro, se trata Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla. El autor describe su marcha hacia Leuvucó, la capital de los ranqueles, para entrevistarse con el cacique Mariano Rosas. Intentará abrir un camino de negociaciones de paz con Mariano como mecanismo para incorporar el territorio austral a la Argentina.
Mientras se encamina a su destino, el encuentro con un jefe indio a quien conocía, imagina que el actual territorio de la provincia de La Pampa es el terreno adecuado para construir el ferrocarril trasandino; imagina que una paz con los ranqueles asegurará la incorporación de una clase trabajadora laboriosa a la Argentina. En su marcha hacia Leuvucó, mientras declara su admiración por la civilización de los ranqueles, acuña la expresión “seducción de la barbarie” frente a la que está dispuesto a sucumbir; porque el gaucho no vale nada, el indio es un elemento humano valioso y el inmigrante europeo una presencia peligrosa por las ideas disruptivas que trae.
A partir de estos textos, se despliega una historia de diversas intervenciones que intentaron conciliar o enfrentar estos pensamientos. En los debates desatados, entre estos textos, apareció un tercero, mejor un cuarto, en discordia. Jorge Luis Borges, en su “Historia del Tango” (incluido en el libro Evaristo Carriego en 1953), sostiene que este conflicto entre el gaucho y la legalidad se explica con la idea de que para el paisano sólo existen las relaciones personales, el estado es para él (para el paisano, no para Borges, claro está) una grosera abstracción. La actitud de Cruz es paradigmática. El sargento de policía, a la sazón la representación “objetiva” de la legalidad, dijo que no iba a consentir que se matara así a un valiente y se puso a pelear junto al desertor Martín Fierro, iniciando así una amistad entrañable.
Temas como la ley, la libertad y la justicia son importantes en el ámbito intertextual de estos pensadores. El de las categorías inventadas por Sarmiento, ‘civilización’ y ‘barbarie’, y las consecuencias prácticas, como el modelo de producción deseable para este país y como deben conformarse los estamentos de trabajadores, también.
Para el escritor sanjuanino, era necesario arrasar a la barbarie. La pulpería, centro social por excelencia de la barbarie, debía ser reemplazada por la calidez hogareña de la casa del campesino. La agricultura debía prevalecer sobre la ganadería, las ciudades sobre desierto y una clase laboriosa, a la manera de los farmers norteamericanos, debía reemplazar a la masa inorgánica de gauchos.
Pero El gaucho Martín Fierro no está sólo, lo acompaña La vuelta de Martín Fierro y algo más. José Hernández, en la carta a los editores de la 8° edición, datada en 1874 da una respuesta a estas ideas civilizadoras de manera tan clara como sorprendente para los críticos del programa de Sarmiento. No encontramos un cuestionamiento a la civilización, sino una valoración positiva. Hernández toma la ‘globalización civilizada’ (“ahora que el mundo es un basto taller de producción y consumo”) como punto de partida aceptable y propone una manera argentina de integrarse a ella. Critica el dogmatismo cientificista que supone que sólo hay civilización en la vida urbana e industrial y sostiene que los estancieros pueden ser burgueses cultos y civilizados. No es poco, pero no se queda allí. Cree que es necesario cultivar el espíritu de los gauchos, es necesario llenar la campaña de escuelas y de iglesias. En síntesis, Hernández no propone el rechazo de la civilización y la vindicación de la barbarie, sino el acceso de todos a los beneficios de la civilización.
Esta conciliación entre civilización y barbarie es una razonable posibilidad para muchos. Sin embargo, desde algún pensamiento nacionalista se cuestionará a Sarmiento. Se intenta imponer la idea de que la versión hispánica del Occidente Cristiano es la auténtica “civilización”; rechazando así, aunque sin atreverse a decirlo de manera explícita, la inspiración conciliadora de Hernández que atravesará La vuelta de Martín Fierro, haciendo eclosión en el canto de los consejos a sus hijos. En sentido estricto, muy pocas voces se levantan en decidida defensa de la barbarie, es más la detesta a la vez que la adjudica los indios.
Ya hemos citado a Mansilla, para quien el modelo de producción es indiferente, pero no la creación de una clase trabajadora sin conflictos. Desprecia al gaucho, como Hernández despreciaba al indio; pero no por su barbarie, sino por su inconstancia y falta de compromiso para el trabajo. Mansilla ve una extraordinaria laboriosidad en los ranqueles. Alaba el desarrollo de la agricultura que Mariano Rosas impulsa desde Leuvucó y de la orfebrería y otras artesanías indígenas. Se declara un seducido por la barbarie y cree en la potencia del encuentro entre los mejores exponentes de la civilización y la barbarie: los argentinos blancos civilizados y los ranqueles.
Por su parte, Jorge Luis Borges incluyó su cuento “El Fin” en la edición de 1955 de Ficciones. En este corto relato, Martín Fierro encuentra la muerte, viejo y enfermo en un duelo a cuchillo con el Moreno que había vencido en la payada, en una pulpería solitaria en el tiempo y el espacio. Mientras caminan hacia el sitio del encuentro fatal ambos reconocen que allí está su destino y que los consejos que Fierro diera a sus hijos, son válidos para la nueva generación pero no para él. Este Martín Fierro se lleva consigo a la muerte años de encantamiento que la barbarie produce y el culto al coraje en estado puro.
La escena parece tener un sentido paralelo a la de la muerte y entierro del Rey Arturo porque es contemplada con la añoranza de los tiempos que esos hombres se llevaron consigo con el último suspiro y con el deseo de retorno a la barbarie primigenia basada en lealtades personales y actos heroicos.
¿Borges decide esperar ese retorno? ¿Acaso muchos londinenses no soportaron estoicamente, durante la segunda Guerra Mundial, esperando que la gloriosa Excalibur regresara de la mano de su Rey para defenderlos de las bombas voladoras de los alemanes?
Bastan estos textos para darnos cuenta de que Borges, a quien en el calor de la lucha política suponíamos un anglófilo de nota, no es más que un “salvaje unitario”, con todo lo de caliente disputa política y argentinidad que posee el mote.

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Si tomáramos de los textos algunas ideas centrales, podríamos jugar más con esta navegación intertextual y llegar a una síntesis matricial que nos dejará perplejos.
Sarmiento: vida civilizada y supresión de la barbarie: vida urbana, agricultura, clase media rural europea o europeizada por la educación primaria.
Mansilla: vida civilizada e integración con la barbarie: desprecio del gaucho, miedo frente al inmigrante europeo, valoración del indio para la creación de una clase trabajadora laboriosa.
Hernández: vida civilizada, con civilización para todos, vindicación de la ganadería, desprecio del indio y valoración de un gaucho civilizado.
Borges: vindicación de la barbarie hasta pensar su propia muerte en un duelo a cuchillo en el sur.
Entre la civilización y la barbarie, en el ámbito intertextual en el que nos estamos demorado, nos acercamos más a Homero Manzi que nos propone un Sarmiento hernandiano, cargado de amor a la tierra y a los hermanos que la habitan, ofreciendo los beneficios de la civilización para todos.
No nos acercamos a esta visión porque contenga el lógico desenlace de una serie de certezas fácticas, sino por su visión integradora. Dicho de otro modo, no nos acercamos a Manzi desde una vocación historiográfica, sino desde una búsqueda de desarrollos mentales que nos permita a los argentinos tomar un rumbo seguro hacia el futuro. Leer Martín Fierro desde este lugar es una propuesta seductora de cabalgar por un campo de ideas feraces.

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