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martes, 28 de agosto de 2012

NEOLIBERALISMO Y POLITICAS SOCIALES: REFLEXIONES A PARTIR DE LAS EXPERIENCIAS LATINOAMERICANAS. 1/2

Autoras/es: Sonia M. Draibe *

El artículo examina las concepciones neoliberales en materia de políticas sociales que han inspirado las propuestas de reforma en este campo en los países de América Latina. Luego de presentar las principales tesis tal como han sido formuladas por pensadores como Milton Friedman el artículo examina cambios recientes producidos dentro de este cuerpo de pensamiento. En su segunda parte, el artículo establece algunos paralelos sugerentes entre las recomendaciones del neoliberalismo y las avanzadas por sus críticos; para ello, pasa revista a las tesis del ingreso mínimo y las propuestas de descentralización, privatización y localización de los programas sociales.
(Fecha original del artículo: 1994) **


Por lo menos tres órdenes de razones dificultan la identificación de las proposiciones neoliberales en materia de política social. En primer lugar, los motivos de orden propiamente teórico: el neoliberalismo no constituye efectivamente un cuerpo teórico propio, original y coherente. Esta ideología dominante se compone principalmente de proposiciones prácticas y, en el plano conceptual, reproduce un conjunto heterogéneo de conceptos y argumentos, "reinventando" el liberalismo pero introduciendo formulaciones y propuestas que son mucho más próximas a las del conservadorismo político y a las de una suerte de darwinismo social, distante por lo menos de las vertientes liberales del siglo XX. Y aún más: estos "ingredientes" se integran de modo diferente, produciendo muchos y distintos neoliberalismos, a punto de dificultar la propia autoidentificación de quienes en principio perfilaron estas corrientes.
En segundo lugar, el reconocimiento se torna difícil porque las propias proposiciones neoliberales se van modificando en el tiempo, principalmente en lo que respecta a las responsabilidades públicas y estatales en cuestiones como educación, lucha contra la pobreza, el crecimiento sustentado, desarrollo de nuevas tecnologías, ampliación de la competitividad de las economías nacionales, etcétera. Hay quienes sostienen que ya se ha iniciado el ocaso del neoliberalismo. Innegablemente, por lo menos en aquello que atañe a las agencias multilaterales, nuevos énfasis se van registrando y por varias razones, entre ellas a su actualización a los nuevos tiempos y tesis de la administración Clinton.
Finalmente, lo que tal vez constituya la más fuerte de las razones, porque muchas de las proposiciones atribuidas al neoliberalismo no son, efectivamente, monopolio de aquella tendencia, ni tampoco de las fuentes originales en las que parece nutrirse. Al contrario, fueron y son parte de idearios demócratas o socialistas, circunstancialmente apagados por la onda neoliberal. Esta apropiación resulta en una estrategia eficiente de predominio ideológico, confiriendo aparente originalidad y fuerza persuasiva a esta corriente que terminó, por ejemplo, por reclamar exclusividad sobre cualesquiera de las propuestas de modernización social y política. Digamos de paso que la condición de esa apropiación es que el neoliberalismo confirma tendencias profundas de modificaciones de la sociedad, aprehendidas a su modo por los sectores políticamente ubicados a la derecha del espectro político, pero obviamente también reconocidas por los que, a la izquierda, se identifican y abogan por las transformaciones sociales y políticas.
Este artículo toma estos tres órdenes de dificultades como punto de partida para el examen y discusión de las concepciones neoliberales sobre las políticas públicas de corte social. Se limita, por lo tanto, sólo a uno de los campos en que el neoliberalismo ha actuado, dejando de lado tanto la cuestión filosófica más general implicada en las concepciones de justicia social como los otros dominios de las políticas públicas, en particular el referido a la economía. El marco de referencia es la región latinoamericana y las propuestas de reestructuración de programas sociales que, bajo la orientación neoliberal, vienen siendo divulgadas por las agencias multilaterales de desarrollo, tales como el Banco Mundial, el BID o la CEPAL, y fueron o están siendo ensayadas por los gobiernos latinoamericanos.
1. Los liberales de ayer y de hoy y las políticas sociales
No hay un cuerpo teórico neoliberal específico, capaz de distinguirse de otras corrientes del pensamiento político. Las "teorizaciones" que manejan los así llamados neoliberales son generalmente prestadas del pensamiento liberal o conservador y casi se reducen a la afirmación genérica de libertad y de primacía del mercado sobre el Estado, de lo individual sobre lo colectivo. Y, por derivación, del Estado mínimo, entendido como aquel que no interviene en el libre juego de los agentes económicos.
El neoliberalismo con que convivimos difícilmente se encarna en obras de intelectuales de reconocida competencia. Ha merecido, hasta ahora, poco esfuerzo de exposición sistemática, con algunas excepciones que pueden ser encontradas en el campo de la economía. Es más bien un discurso y un conjunto de reglas prácticas de acción (o de recomendaciones), particularmente referidas a gobiernos y a reformas del Estado y de sus políticas. Es esa característica que lleva a Théret a calificarlo como un "...sistema de recetas prácticas para la gestión pública" (Théret,1990). De hecho, sus proposiciones son sobre todo prácticas y enraizadas en algunas afirmaciones de valores que pasaron a configurarlo. Desde luego, existe la referencia a ideas y no a intereses: afirmando recusar la tesis liberal de la política pluralista o conducida por el juego de los intereses a través de sus defensores y lobbies, pero también pretendiendo superar mecanismos políticos típicos de la vida democrática, el tecnocratismo neoliberal se declara actuar movido por ideas y valores, distantes y por encima de los particularismos, corporativismos y populismos de todo orden, forma de reducción del interés general a algunas concepciones de lo que se considera "moderno", "flexible" y "eficiente".
Puede afirmarse, con Schneider (1989), que estas ideas y valores componen un ámbito particular, especie de "cultura de solución de problemas": idealizando la especialización y la competencia, la ideología neoliberal proyecta una cultura política "despolitizada" en apariencia, movida por la búsqueda de soluciones ágiles y eficientes.
Eficiencia y eficacia son por lo tanto los corolarios de esa ideologización de la acción práctica. La aparente desideologización de la política se traduce en reglas de acción que tienden a substituir, al final, los argumentos y difunden esa mentalidad, constituyendo, eso sí, la marca de su identificación, repetidas casi "ventrílocuamente" en todo el mundo:
En lugar de ideología, los neoliberales tienen conceptos. Gastar es malo. Es bueno tener prioridades. Es malo exigir programas. Precisamos de asociaciones, no de gobierno fuerte. Hablemos de necesidades nacionales, no de demandas de intereses especiales. Exijamos crecimiento, no distribución. Sobre todo, tratemos del futuro. Repudiemos el pasado. Al cabo de poco tiempo las ideas neoliberales comienzan a sonar como combinaciones aleatorias de palabras mágicas (Schneider, 1989, pág. 7).
Finalmente, está la tesis del Estado mínimo. El mercado constituyendo el mejor y más eficiente mecanismo de asignación de recursos y la reducción del Estado (de su tamaño, de su papel y de sus funciones) es el mote y el móvil de esta ideología, repetido suficientemente para que no necesitemos detenernos en ella. Basta registrar aquí, siguiendo la inspiración de Goodin (1988), que en el universo de reglas prácticas en que se mueve el neoliberalismo, el argumento del Estado mínimo es defendido por la máximo, no por lo mínimo: principalmente en lo referido a su responsabilidad social, se afirma solamente la frontera demarcadora del máximo hasta donde debería y podría ir el Estado.
Pero es por todo ello, entonces, que el neoliberalismo es un simulacro del liberalismo norteamericano en el que se inspira.
Intelectualmente, gran distancia separa este tipo de visión de las formulaciones de un Daniel Bell, de un Burnham o de Michael Sandel -hasta el propio Bell se auto califica como neoconservador para distinguirse de las actuales versiones deformadas del liberalismo-.
Pero también y obviamente de Rawls o de comunitaristas como Walzer (Mulhall y Swift, 1992). En lo tocante a la política social, estarían sin duda más próximos a conservadores como Gilder (1981), Charles Murray (1984) o Nathan Glazer (1988), en general calificados como integrantes de la nueva derecha norteamericana (Goodin,1988).
Pero sin duda, la clasificación política de los neoliberales es tarea complicada. Refiriéndose a los Estados Unidos, Daniel Bell afirma ser difícil su traducción a términos políticos porque existen, en el diagrama neoliberal, por lo menos dos ejes que se entrecruzan. Uno de ellos es un eje económico dividido a izquierda y derecha. El otro es un eje cultural dividido en tradicionalistas y modernistas. Además, quienes son de izquierda o de derecha en términos económicos no siempre son modernistas de izquierda o tradicionalistas de derecha en la temática cultural (Bell, 1988).
Paradójicamente, en términos políticos y de política económica, el neoliberalismo -encarnado principalmente en la nueva elite del Partido Demócrata conocida como la "clase del 74" (Schneider, 1989)- se manifiesta explícitamente como la negación del sistema liberal americano. Finalmente, aquel sistema que prevaleció entre los años '40 y '60 en los Estados Unidos, ahora exorcizado por los demócratas, reposaba en "...un consenso que comprendía una orientación internacionalista, una creencia en la economía keynesiana y en la política social del New Deal de Roosevelt, y un dominio patriarcal de los protestantes blancos de origen anglosajón". (Simposio,1988, p. 2). Y se apoyaba sobre todo en la concepción de una ciudadanía enraizada no tanto en la comunión política nacional, sino en las instituciones nacionales de un Estado neutro, aquella estructura legal que garantiza el derecho al bienestar sin inhibir, entretanto, las formas concurrentes a través de las cuales los grupos de intereses buscan alcanzarlo2. Finalmente, la crítica más exacerbada de los neoliberales al Estado se inició con el ataque al Estado de Bienestar, ampliándose posteriormente para abarcar toda la concepción keynesiana de intervención pública en la economía.
Contra el Estado neutro aboga por el Estado mínimo; en oposición a aquella concepción de ciudadanía, se refuerzan las tesis y movimientos de movilización de mecanismos seudounificadores presentes en la comunidad, en el espíritu nacional, suerte de revitalización conservadora donde se enraizaría la 'modernización' (léase reducción o 'simplificación') de las instituciones.
También en el dominio de las políticas sociales, el alcance teórico neoliberal es bastante reducido. Sus proposiciones componen, negativamente, un conjunto de argumentos de ataque al Estado de Bienestar y, positivamente, un conjunto de propuestas de reformas de los programas sociales, moviéndose sobre todo en un campo más práctico de prescripciones para las políticas públicas en el sector social. Si quisiéramos identificar la argumentación general y más consistente que fundamenta tanto los ataques como las recomendaciones, mejor será registrar tesis más clásicas sobre el papel del Estado en la prestación de bienes y servicios sociales, y luego sobre la naturaleza y alcance de las políticas sociales.

Si bien rigurosamente no puede ser considerado ni un liberal clásico ni un neoliberal, Milton Friedman expone con claridad (Friedman, 1977) el núcleo de la arguméntación que viene siendo repetida, con menos nitidez y competencia, por los neoliberales o por la nueva derecha. Capitalismo y libertad parte de la tesis de que la libertad individual es la finalidad de las organizaciones sociales y es este principio el que aleja cualquier tipo de intervención que afecte coercitivamente el libre ejercicio de la voluntad individual. Por esta razón, el Estado no debe intervenir en el mercado y en ninguna de sus fuerzas y factores. Ahora bien, los programas sociales -o sea, la provisión de salarios, bienes y servicios por el Estado constituyen una amenaza a los intereses y libertades individuales, inhiben la actividad y la concurrencia privadas y generan indeseables extensiones de los controles burocráticos.
Para Friedman, el ejemplo más claro de las distorsiones que introducen los programas sociales públicos puede ser encontrado en los sistemas previsionales de carácter compulsivo: principalmente en relación a las jubilaciones para los ancianos, estos sistemas impondrían un patrón perverso de redistribución de ingresos entre los beneficiarios, penalizando principalmente a los trabajadores jóvenes de altos rendimientos, ya que el beneficio no depende de la situación económica del beneficiario sino de la edad de entrada en el programa. También cuando los déficit de los sistemas previsionales, tan comunes, son financiados con recursos fiscales, promoverían en su opinión una injustificable redistribución. Otra característica negativa provendría del hecho de que la tecnificación y la mayor complejidad de los sistemas previsionales en general están asociadas, en primer lugar, a la existencia de burocracias qué pasan a favorecer innecesariamente su propia expansión; en segundo lugar, a la creciente imposibilidad de que el Congreso ejerza efectivo control sobre el sistema previsional. En el plano de la libertad individual, la seguridad social en manos del Estado implica la coerción de la
libertad de escoger y por ello tiende a ser menos eficiente que la previsión privada. También en su opinión, el carácter compulsivo de los sistemas previsionales públicos provoca una pérdida de la libre disposición sobre el salario, representando por lo tanto una 'dictadura benevolente'. En el plano moral, tales sistemas minan la responsabilidad de los jóvenes para con los viejos, llevándolos a no asumir obligaciones en el cuidado de los ancianos. Dadas todas estas características a impactos negativos, Friedman sostiene que la previsión social debe estar inscripta en una concepción de seguro social individualmente contratado y generado, en un sistema de capitalización, por empresas especializadas para ello.
El sistema previsional constituye apenas un ejemplo. De hecho, para Friedman y sus seguidores, es el propio Estado de Bienestar social -el sistema de políticas sociales - el responsable de muchos o casi todos los males que nos afligen y que tiene que ver con la crisis económica y el papel del Estado3. En efecto, para estos liberales el financiamiento del gasto público en programas sociales trajo las siguientes perversiones: la ampliación del déficit público, la inflación, la reducción del ahorro privado, el desestímulo al trabajo y a la concurrencia, con la consiguiente disminución de la productividad, y hasta la misma destrucción de la familia, el desestímulo a los estudios, la formación de "pandillas" y una mayor criminalidad en la sociedad. Por lo tanto, además de la ortodoxia en materia de política económica (con la debida contención del crédito, el retomo del equilibrio presupuestario, la disminución de la tributación y de las regulaciones sobre las empresas), la propuesta liberal significa el corte en el gasto social y la desactivación de los programas sociales públicos. La acción del Estado en el campo social debe atenerse a programas asistenciales -auxilio a la pobreza - cuando son necesarios, de modo de complementar la filantropía privada y comunitaria. Asimismo, los programas de auxilio a la pobreza no deben estar dirigidos a grupos específicos, para no provocar distorsiones en el mercado. El impuesto negativo al salario constituye, para Friedman, el mecanismo por excelencia para atender a los individuos pobres, sin desestimular el trabajo.



No es el caso, aquí, de discutir las limitaciones y anacronismos de este liberalismo a outrance de Friedman. Pero no podemos dejar de recordar que, finalmente, las políticas y programas del Estado de Bienestar social vinieron a corregir situaciones de desigualdad, pobreza y pérdida de ingresos, exactamente aquellas típicamente generadas por la economía de mercado, en sus 'naturales' oscilaciones y crisis. Por otro lado, las economías maduras, asentadas sobre los modos fordista y neofordista de producción, tuvieron, entre las bases de sustentación de su crecimiento y de la ampliación del consumo de masas, el fondo público movilizado por los programas sociales. En sus primeras versiones, las propuestas neoliberales para las políticas sociales repetirían sin crítica o alteraciones, pero con una cierta dosis de cinismo, los anacronismos y las limitaciones de los liberales de la primera hora. Entretanto, algunas modificaciones se han registrado en ese universo ideológico y conviene señalarlas.
2. Desviaciones recientes en el interior de la ideología liberal
Es propio de las ideologías recubrir con opacidad la realidad, pero también nutrirse de ella, so pena de perder su eficacia. El neoliberalismo no ha escapado a esta regla: sus tesis a inflexiones guardan cierto paralelismo con el movimiento real de las economías y sociedades contemporáneas.
Desde mediados de los años '70, simbólicamente teniendo como punto de partida los dos shocks del petróleo, se desencadena un movimiento de inestabilidad de la economía capitalista, acompañado por un profundo proceso de transformaciones productivas, de la envergadura de una "tercera revolución industrial".
En el primer momento -a comienzos de los años '80, si se quiere - diríamos resumidamente que tal movimiento fue percibido principalmente en sus dimensiones negativas: la falencia económica, atribuida en gran parte a un Estado en crisis, a un debilitado patrón de regulación económica. Las dimensiones de la transformación productiva y el acelerado grado de reducción del tiempo de trabajo en ésta implicada, por un lado, y, por otro, los desafíos al aumento de la competitividad de las economías apoyadas en las nuevas tecnologías y en la globalización financiera, comenzaron a ser mejor percibidos y estimados en un segundo momento, desde fines de los '80 en adelante.
La ideología neoliberal que acompañó y prácticamente 'dirigió' este movimiento también tuvo énfasis y variaciones en sus tesis y propuestas, según aquellos dos momentos. En la primera fase, puede afirmarse que fue básicamente defensiva; sus "recomendaciones" consideraban superar la crisis mediante la negación de los principios socialdemócratas de regulación económico-social. En el segundo momento, el énfasis mayor fue puesto en los vectores de políticas que pudiesen sustentar el crecimiento apoyado en la elevación de la competitividad sistémica y en el refuerzo de los mecanismos de modernización y flexibilización de las estructuras y factores sociales, adecuados a las características de las nuevas tecnologías.
El neoliberalismo, en lo que concierne a las políticas sociales, también viene alterando sus proposiciones o por lo menos los énfasis y prioridades, siguiendo aquellos dos momentos indicados. Al comienzo, en los momentos más agudos de la crisis, el redireccionamiento de la política social casi se resumía en las propuestas de corte del gasto social, en la desactivación de los programas, en la efectiva reducción del papel del Estado en ese campo. Con muy poca sofisticación y casi nula reflexión, además de repetir los argumentos generales de Friedman, las proposiciones en el campo social fueron básicamente aquellas que inspiraron los gobiernos de Thatcher y Reagan: las tentativas de desestabilización de los pilares del Welfare State, reduciendo la universalidad y los grados de cobertura de muchos programas sociales, "asistencializando" -esto es, retirando del campo de los derechos sociales - muchos de los beneficios y, cuando pudiesen, privatizando la producción, la distribución o ambas de las formas públicas de prestación de servicios sociales. En la base de tal "redireccionamiento" estaba la voluntad de quebrar la espina dorsal de los sindicatos y de los movimientos organizados de la sociedad.
En los países latinoamericanos, sometidos (o en vías de) a los rigores de los ajustes macroeconómicos y a la devastación social que viene provocando, la receta neoliberal parecería estar contenida en el conjunto de prescripciones de reformas de los sistemas de protección social, orientadas a su privatización, descentralización, focalización y programas (fondos) sociales de emergencia. El "modelo chileno" pasó a ser difundido como el camino exitoso para reformular el papel del Estado en el área social. Más adelante discutiremos estas tesis. Merece señalarse, entretanto, el hecho de que fueron muy pocos los programas sociales efectivamente reformados en la región. Y algunos lo fueron en sentido inverso al preconizado por el neoliberalismo, ya que integraban mucho más la agenda de reformas de los procesos de democratización también experimentados por la región. Es verdad que tuvieron muy poco éxito, sea por las propias restricciones impuestas por la crisis, sea por el continuo bombardeo ideológico a que son sometidos, en general bajo la acusación de populismo, despilfarro, etcétera.
Tengo la impresión de que en estos primeros años de los '90 se modificó en parte la agenda neoliberal de reformas de los programas sociales y esta alteración está relacionada con los desafíos de la modernización y de la mejore de la competitividad sistémica de las economías, en la búsqueda de la integración internacional y del crecimiento sustentado.
Ya en el liberalismo de Friedman, dos áreas de acción pública se justificaban en el campo social: la de seguridad y justicia, por un lado, y la de educación básica, por otro. En la primera, se trataba de canalizar la autoridad y los recursos estatales para garantizar la estabilidad y la seguridad colectivas; en la segunda, y de acuerdo con el ideal liberal, se trataba de igualar las oportunidades: reconociendo las diferencias entre los individuos, ampliar el campo de oportunidades de los más desfavorecidos, de modo que pudiesen competir menos desigualmente con los demás. En su base, la sociedad se organizaría, así, sobre una plataforma dada de equidad.
La inversión en recursos humanos y, en consecuencia, el refuerzo de las políticas sociales de educación, salud a infraestructura social volvieron a ser parte de la agenda de reformas y de redireccionamiento del gasto social, aún las propias del neoliberalismo. Aunque poco explícito, este énfasis parece revertir, en parte, las tesis sobre la disminución del papel del Estado, de un lado, y la focalización y selectividad, de otro, por lo menos en lo que se refiere a la educación y la salud.
Vale la pena reconstruir todo el argumento. Desde luego, éste se apoya en la confirmación de la profundidad de la onda de innovaciones técnicas, organizacionales y financieras que se vienen propagando en las economías avanzadas. Más allá de la descripción de las transformaciones productivas en curso, importante es reforzar el centro de la tesis sobre las nuevas exigencias para la mano de obra: dada la aproximación entre gestión y control de los flujos de producción, en la base de las nuevas tecnologías, la mano de obra debe ser antes de todo educada y su educación debe apoyarse en el desarrollo de la capacidad lógico-abstracta para decodificar instrucciones, calcular, programar y gerenciar procesos. Solamente así será capaz de innovar y asimilar rápidamente las continuas y rápidas innovaciones a la que está sujeta.
Ahora bien, las bases institucionales de la inversión en recursos humanos están relacionadas con las redes públicas de educación básica y secundaria, así como con los programas universales de salud colectiva, prevención de enfermedades y atención primaria. Redes y programas, como se sabe, que son propios de la acción estatal y muy poco adecuados a modificaciones del tipo focalización o privatización. Si esas directrices se afirman en el escenario del primer mundo, por dos órdenes de razones entran también a escena en las nuevas estrategias de crecimiento que se vienen diseñando en América Latina.
Hay, en primer lugar, razones de orden económico que proponen la eliminación de la pobreza, a través de políticas que, de forma duradera, capaciten a los sectores más necesitados a que produzcan y adquieran independencia, inclusive del asistencialismo de emergencia. Esta estrategia parte del reconocimiento de que la pobreza, la falta de acceso de vastas camadas de la población a bienes y servicios básicos, se agravó, constituyendo hoy una traba a la modernización de las economías y a su conversión a formas más descentralizadas, más abiertas, más adaptables y dinámicas desde el punto de vista tecnológico. En otras palabras, las reformas estructurales deben ser también acompañadas de reformas sociales que contribuyan a su sustentación.
Pero la eliminación de la pobreza, la disminución de los grados más irritantes de desigualdad y la ampliación del acceso de las capas desfavorecidas a los beneficios del crecimiento económico constituyen también condición de la estabilidad política. En otros términos, la estabilidad de los ajustes estará comprometida si los peores desequilibrios sociales no fueran eliminados, antes de que se transformen en desequilibrios políticos. Y una de las formas más eficientes de inversión social, principalmente en países como los de la América Latina, se realiza a través de políticas de crecimiento y de políticas activas de empleo. En otras palabras, sea para educar la fuerza de trabajo en los nuevos términos exigidos por la modernización y el progreso, sea para la erradicación de la pobreza que retarda este último a introduce inestabilidad política, la nueva agenda de reformas de programas sociales tiende hoy a perder el sesgo sólo negativo del primer momento y a aproximar al ideario de 'modernización neoliberal' algunas de las lecciones o tradiciones del pasado. La propuesta cepalina de transformación productiva con equidad de 1991, apareció ya con tal connotación. Documentos recientes de otras agencias vienen insistiendo en la importancia de esa "nueva fase de reformas", que vuelve a colocar la cuestión social si no en el centro, al menos en un lugar destacado entre las preocupaciones.
3. La agenda de reformas de los programas sociales: los neoliberales y los otros.
No basta señalar tales inflexiones en las prescripciones neoliberales de políticas sociales. Nos parece útil insistir en el hecho de que el neoliberalismo leyó y lee, a su modo, transformaciones profundas de las sociedades contemporáneas, también aprehendidas, de otro modo, por otras corrientes y concepciones. Por eso mismo, ciertas propuestas que parecerían constituir su modelo particular no fueron ni son monopolios de esta tendencia. Si algún mérito tuvo hasta ahora el 'pensamiento' neoliberal en este campo, tal vez haya sido el de exigir argumentos más explícitos y refinados de corrientes intelectuales progresistas. Para demostrar este argumento, discuto a continuación una tesis, la del salario mínimo, y tres propuestas, la descentralización, la privatización y la focalización de los programas sociales, consideradas como constitutivas de la agenda neoliberal de reformas de los programas sociales en América Latina.
Continuará
Notas
1 El paternalismo de los liberales tradicionales y la defensa del establishment, diferenciándolo del antipaternalismo y del antiestablishment de los neoliberales es anecdóticamente relatado por Schneider: 'En la opinión del senador Tom Harkin, el 'liberalismo tradicional era paternalista'. Los liberales tradicionales siempre decían: ¿Está doliendo? ¿Tiene algún problema? Bien, podemos encarar un programa para cuidar (sic). Ellos no preguntaban: ¿Por qué está doliendo? ¿Qué hay de equivocado con el sistema que lo hace sufrir? Tal vez tengamos que cambiar un poco ese sistema.' (Schneider, 1989, p. 8).
2 Según Michael Sandel, 'El Estado neutro es la nocìón de que los inmensos compromisos sociales, políticos y económicos del Estado de Bienestar deberían justificar no la idea de que la nación abraza una compartida concepción del bien, sino la idea de que una sociedad justa es aquella que no intenta imponer a sus conciudadanos cualquier concepción especial del bien. Un Estado neutro no intenta cultivar virtudes cívicas. Ni vincula las obligaciones de la previsión social a un sentido de comunión nacional o de compromiso cívico. Procura, al contrario, una estructura legal que permanezca neutra entre concepciones concurrentes de lo que sea una buena vida. Los individuos y los grupos están simplemente entregados a sus propios intereses y valores desde que éstos se concilian con iguales libertades para los otros" (Sandel, 1988, p. 5).
3 Las más conocidas tesis sobre la crisis del Welfare State, en sus versiones neoliberales y progresistas, están desarrolladas en Draibe y Henriques (1988).


* Profesora del Instituto de Economía y Directora del Núcleo de Estudios de Políticas Públicas de UNICAMP
* De: Desarrollo Económico Vol 34 N°134, julio-septiembre 1994
  De: www.educ.ar

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