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domingo, 11 de noviembre de 2012

Borges y la política

Autoras/es: Oscar Aimar (*)
Me había propuesto no escribir sobre Borges por un tiempo. De ser posible ni siquiera pensar en él, internarme en una granja, hacer una temporada de desintoxicación de su veneno excluyente.
(Fecha original del artículo: Noviembre 2012)
Emir Rodríguez Monegal dijo una vez: “Hasta que descubrí a Borges, y se terminó la literatura.” Correlativamente, creo que conviene de vez en cuando dejar a Borges para volver a la literatura. Pero no fue posible, y aquí estoy de nuevo escribiendo sobre Borges, que es como decir sobre el universo.
Porque hace unos días le preguntaron a Dolina, o lo hicieron preguntarse, como es posible ser a la vez borgeano y peronista. Pregunta que, en los tiempos que corren, tal vez sea adecuado plantearse, y encontrar una respuesta adecuada a los tiempos que corren. Dolina, a riesgo de hacer guiso de liebre sin liebre, resolvió a lo compadrito. : “Yo seré peronista , pero no soy estúpido.” Después la frase y sus circunstancias y sus adyacencias fueron repetidas, comentadas, amplificadas en varios espacios afines al oficialismo.

De esa compulsa entre referentes mediáticos del discurso en el gobierno, tal vez como consecuencia de la gravitación que los pareceres del pensador de Flores disfrutan ahora en el pensamiento progresista oficial, resultó legible la recomendación, con más o menos entusiasmo, con más o menos sinceridad, con estos u otros matices, de incorporar a Borges, de tolerarlo, hasta de tragarse el sapo de sus opiniones políticas.
Es cierto que aquella pregunta es una versión restringida de otra más general que sería: “¿Se puede ser a la vez borgeano y democrático? “ La percepción de la democracia como “abuso de la estadística” y aquella recomendación de guardar las urnas por doscientos años, autorizan esta ampliación. Me parece que, formulada así, la pregunta me da derecho hasta a mí a intentar una respuesta.
Por una parte, para no dejar que solo los peronistas tengan que contestar en nombre de la democracia toda, lo que podría constituir un exceso. Y por otra, para poder decir que me parece que de todos modos, siendo muy loable la decisión de no volver a expulsar a Borges de la cultura de este país, ninguno de los que opinan da en el clavo sobre las razones que justificarían esa tolerancia excepcional.
Algunos se rinden a su universalidad, lo que equivale a decir que se sienten abrumados por su prestigio internacional, escrúpulo curioso en tiempos en que ya estamos seguros de que algunos prestigios, y algunas universalidades no son precisamente virtuosas, sino más bien perversas.Otros menos cholulos, y mejores lectores, como el mismo Dolina, parecen atenerse a la idea de que sus opiniones sobre la política, y sobre la democracia, y sobre el peronismo son un compartimiento estanco respecto de su obra literaria. Según ese modelo, detenerse en las barbaridades políticas de Borges sería una pérdida de tiempo.
Sin embargo, modestamente, no creo eso. Al contrario me parece que habría que intentar leer esas opiniones en relación con su obra. Me parece que la napa de su obra y la de sus ideas, sin duda “lo más superficial que hay en él”, son mutuamente permeables, y hay filtraciones entre una y otra .Entonces como explicamos que no se pueda , no se deba dejar de leer una obra genial, la del más grande de todos , como también dice Dolina, informada en ciertos aspectos por ideas que por una y otra razón, en uno u otro punto, nos resultan inaceptables.Como casi siempre, la clave está también en un cuento de Borges. Aunque en este caso no es de Borges, sino de Bustos Domecq, ese alter ego que construyó con Bioy Casares.
El cuento, La Fiesta del Monstruo, que ha sido interpretado, no sin razones, como una muestra de la visión de las elites sobre el peronismo.Como ya sabemos, es el monólogo de un hombre que a la vuelta de un acto partidario le cuenta la jornada a su mujer. Entre la sarta de barbaridades hiperbólicas que describe, se cuela sin embargo este párrafo.
La víspera del acto, el hombre se quedó dormido y soñó :“ soñé primero con una tarde, cuando era pibe, que la finada mi madre me llevo a una quinta. Créeme que yo nunca había vuelto a pensar en esa tarde, pero en el sueño comprendí que era la más feliz de mi vida, y eso que no recuerdo nada sino un agua con hojas reflejadas y un perro muy manso que yo le acariciaba el lomo; por suerte salí de esas purretadas y soñé con los modernos temarios que están en el marcador…”
A diferencia de los mazorqueros de Echeverría en El matadero, que son monolíticamente odiosos, el personaje de este cuento exhibe esa subjetividad tierna, esa “purretada”, vergonzante para él en comparación con sus acciones políticas, que lo humaniza y lo salva para Borges.En este caso, y en general, Borges entiende, o percibe, que lo esquemático político es subalterno respecto de la vida, que está hecha más de sueños que de otra materia, y que se resiste maravillosamente a ser normalizada por la política y su lógica de representación de intereses.
Entiende, o percibe, que en la política somos siempre manipulados, simplificados, reducidos, maleados en nuestra condición. De ahí su rechazo, más orientado, como observó bien un panelista de 678, a lo masivo que a lo popular. Y por ser el peronismo la muestra mas acabada de lo masivo, fue también la víctima predilecta de sus diatribas. “El que dice nosotros, miente “, escribió Ciorán. Borges parece también sentir que el nosotros es un abuso de la estadística, como la democracia, o un absurdo de la identidad, como la Santisima Trinidad.
Y desde el nosotros se hace la política. No hay un plural para el yo; existen en cambio los momentos en que todos somos uno solo: el hombre ante la muerte, ante el arte, o en “el instante vertiginoso del coito”. Una especie de democracia prepolítica, como la mentada igualdad ante los gusanos lo es de ultratumba.
Queda mucho, casi todo, por decir. Pero lo cierto es que los textos de Borges nunca hacen política, sino que más bien la deshacen. Y sus lectores, de alguna manera oscura, entendemos que aplicar a esa obra criterios de la fraudulenta lógica política sería una crueldad y una torpeza.


(*) Periodista. Argentina.

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