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viernes, 10 de mayo de 2013

Niños desatentos e hiperactivos en el siglo XXI

Autoras/es: Beatriz Janin[1]
(Fecha original del artículo: s/d)
Desde hace algunos años, son muy frecuentes las consultas por niños que no atienden y que se mueven en clase.

Podemos observar que la tolerancia de una sociedad al funcionamiento de los niños se funda sobre criterios educativos variables y sobre una representación de la infancia que depende de ese momento histórico. Así, se dan como normales en una época cuestiones que son rechazadas en otra y en cada grupo social los parámetros de "buena conducta" son diferentes.

En la actualidad, en un mundo cada vez más acelerado, se tolera poco el movimiento de los niños, así como sus diferentes avatares.

En un mundo en el que lo que importa es el "rendimiento", la "eficiencia", en el que los niños están sujetos a la cultura del "zapping", hay muchísimos niños desatentos e hiperactivos. Esto debería llevarnos a formular preguntas: por ejemplo, qué tipo de atención requerimos cuando les pedimos que sigan el discurso del docente a niños a los que socialmente se los incita a atender estímulos de gran intensidad, de poca duración, y con poca conexión entre sí (como es el caso de los video-clips, de las propagandas televisivas, de los jueguitos electrónicos). O por qué en un mundo en el que predominan las imágenes,  les pedimos que atiendan a palabras.

También, muchos padres, agobiados por exigencias laborales, pueden pretender que la casa sea un remanso de paz y tranquilidad y viven la actividad de un niño como excesiva. Es decir, es frecuente que los niños sean sancionados por aquello que es justamente una de las características de la infancia: la vitalidad, el movimiento, el salto de un tema a otro, de un juego a otro, el llamar la atención de los adultos, el hacer ruido...

Hay, sin embargo, niños que sufren y que lo manifiestan con un movimiento desordenado. Son niños que dan la impresión de quedar pataleando en el aire, satisfaciendo a través del despliegue motriz lo que no satisface el otro significativo. Son niños que no pueden parar, que dan la sensación de estar "pasados de revoluciones", que están cada vez más excitados.

En estos niños el movimiento en lugar de servir como acción específica promueve mayor excitación, en lugar de producir un placer y una descarga, funciona en un circuito de erotización, se les torna excitante. Es muy claro que no pueden parar solos, que necesitan de una contención externa. Contención que puede estar dada por el adulto en forma de gesto o palabra envolvente. Estos niños están hablándonos, como pueden, de su sufrimiento. Nos convocan para que los ayudemos, para que respondamos de algún modo a lo que les pasa.

También es habitual que el niño supuestamente "desatento" esté atento a otras cuestiones que aquellas que le reclaman los adultos. Por ejemplo, un niño puede estar pendiente del cariño del docente y no escuchar lo que éste dice. O puede estar atento a la mirada de sus compañeros, o a los estímulos externos, o preocupado por la pérdida de un juguete, o centrado en un mundo de fantasías… y no atiende en clase. Esto no habla de un "déficit" sino de otro modo de atender…

Y no sólo eso: el niño atiende en clase a cuestiones que pueden no interesarle demasiado. Es decir, la atención en la escuela se rige más por la obediencia a normas que por los deseos.

Todo esto nos lleva a cuestionarnos acerca de las causas de las dificultades infantiles y también a preguntarnos sobre las consecuencias del modo en que los adultos podemos incidir en la evolución de esas dificultades. Ya desde la primera entrevista, el que ubiquemos tanto al niño como a los padres como sujetos pasibles de ser escuchados, puede modificar la situación.

Por el contrario, cuando lo que se intenta es, rápidamente, hacer un diagnóstico, clasificarlo, lo más probable es que se dejen de lado las diferencias, se piense sólo en las conductas, en lo observable y se pase por alto el sufrimiento del niño. Es más, cuando se lo encasilla en un rótulo, el niño pierde su identidad y todos dejan de preguntarse por lo que le pasa, adjudicando todas sus conductas a un supuesto "déficit neurológico", con lo que se obtura toda pregunta.

Por eso, pensar al niño en su contexto, escucharlo, investigar las múltiples determinaciones posibles de sus dificultades, parece ser clave para abrir nuevos caminos en el abordaje de la problemática infantil.

Quizás, armando redes de adultos, repensando la infancia de hoy, logremos darles a los niños un futuro más promisorio.


Lic. Beatriz Janin.



[1] Licenciada en Psicologia. Presidente del IV Simposio Internacional sobre Patologización de la Infancia. www.simposio.foruminfancias.org.ar


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