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jueves, 26 de julio de 2012

Evita: entre la mujer y el símbolo

Autoras/es: Eduardo Anguita
El 26 de julio se cumplen 60 años de la muerte de María Eva Duarte de Perón. Aquí se anticipa lo que será el programa televisivo Historia en debate (CN23, hoy a las 22), un homenaje a “esa mujer” –como señalara Rodolfo Walsh en su cuento– que revolucionó la sociedad argentina con su manera de pensar la realidad y de actuar sobre ella. Las voces de la actriz Esther Goris, del escritor Julio Fernández Baraibar y de los investigadores Marcela Castro y Roberto Vacca. También se reproducen fragmentos de los nuevos libros de Felipe Pigna y Norberto Galasso. Y la opinión del historiador Alberto Lettieri. Por eso, por Ella.
(Fecha original del artículo: Julio 2012)

Entrevista. Esther Goris y Julio Fernández Baraibar

Esther Goris es, sin dudas, la imagen cinematográfica más reconocida de Eva Perón. Julio Fernández Baraibar (político, escritor, periodista y guionista cinematográfico) es miembro fundador del Frente de Izquierda Popular que liderara Jorge Abelardo Ramos. Los dos tienen mucho para decir de quien cambió los destinos de la Argentina. Los dos, a su vez, fueron modificados por la vida y el pensamiento de “esa mujer”.
 
–Esther, ¿cuánto te cambió protagonizar a Evita en el cine? Esther Goris: –Cambió la proyección de mi carrera como actriz y tuve la enorme suerte de encarnarla. Lo digo porque, en todo momento, las actrices de 15 a 70 años, y no sólo las argentinas, queríamos encarnarla. De modo que haber sido la elegida para ponerle el cuerpo a un personaje fundamental en el imaginario de todo un pueblo significó una gran responsabilidad. No tuve mucho tiempo para ensayar ser ella. Fue una película de escaso presupuesto que se rodó en cinco semanas. Y eso contribuyó a que me lanzara al abismo. Pero, claro, el personaje lo ameritaba.
–La figura de Evita, para vos Julio, que venís de la izquierda nacional, ¿es más fácil o compleja que otras del peronismo por toda la reconstrucción de su vida mitificada y más llevada a los sacramental que a lo político?
Julio Fernández Baraibar: –En las conversaciones que tuve con Jorge Abelardo Ramos, que fue en ese sentido el principal maestro, él tenía una alta estima de Eva Perón y comprendía, como pocos en la época, el valiosísimo papel que había jugado para la integración de las mujeres en la política. Digamos el papel igualitarista e incorporado que Evita había jugado. Él tiene una página extraordinaria donde cuenta la vida de esas mujeres de negro, que llegaban de las provincias a trabajar de empleadas domésticas en las casas y cómo Evita y el peronismo las lanza a las fábricas. Convierte a esas chicas con destino de sirvientas en obreras de fábricas, les da sindicatos, buenos salarios, aguinaldo, vacaciones. Dice Ramos que nunca hubo tantas mujeres rubias en la Argentina como cuando apreció Evita: todas las chicas que tenían buen salario podían y querían ir a la peluquería a teñirse para ser como ella.

–¿Qué se mira a la hora encarar a Evita? E. G.: –En ese momento no había tanta documentación como ahora. Yo fui al Archivo General de la Nación y pedí que me pasaran todos los pedacitos de Sucesos Argentinos una y otra vez. Incluso hubo biógrafos de Evita que vinieron a conversar conmigo para saber datos de ella. Y también hablé mucho con algunas personas que estuvieron a su lado, como la enfermera que la cuidó en los últimos momentos. Pero el aspecto amoroso era una cuestión a decidir. Juan Carlos Desanzo, el director de la película, y José Pablo Feinmann, el guionista, lo habían dejado librado a nuestra voluntad. Había una cuestión importante a definir: ¿qué pasa con esta mujer y este hombre? ¿Evita lo amaba a Juan? Indefectiblemente sí, y eso era lo más importante para mí. Creo que fui lo bastante objetiva respecto de lo que siente una mujer con la que ya no tenemos oportunidad de hablar. Eva tenía un gran desamparo. Perón hace con Eva como hizo con su pueblo, se caracteriza por descubrir aquello que necesitan. Ése fue su gran talento. Y es esa sed de amparo de su pueblo que termina de convertirlos a ambos en quienes fueron. Hay un instante decisivo en toda pareja en la que el destino los define. Y Eva aparece en la vida de Perón en el momento exacto.

–Desanzo es un director que, en sus películas, se preocupa por las cosas del pueblo...
J. F. B.: –Desanzo es un gran arquitecto de la industria del cine. Logró hacer esa película de las dos grandes figuras del siglo XX con poco dinero y muchísimo talento.
E. G.: –No sólo eso. Vamos a develarlo, ya que nadie nos puede hacer ningún problema: esa película fue filmada uno a uno. Es decir, como no había dinero para celuloide, cada toma que se filmaba quedaba y no había lugar a errores ni a repeticiones. Además, él dijo: “Yo elijo a quienes creo aptos para hacer los personajes. No los dirijo”. Era mentira, claro, porque si bien no nos dio indicaciones todo el tiempo, preparó todo el terreno para desarrollarnos.

–¿Tuviste trato con Feinmann?
E. G.: –Ahora somos amigos, antes no. Recuerdo que él llegó con su mujer, María Julia Bertotto, a la filmación y yo estaba desesperada. Ya había rodado casi toda la película y lo ví y lo saludé con mucho respeto y admiración. Pero me puse tan nerviosa pensando que había estado mal que le dije: “Ay, Feinmann, me saludás porque no viste cómo te hice mierda esta película”.

–Julio, con el libro de Jorge Coscia y la película de Paula de Luque volvieron a escena las figuras de Perón y de Evita.
J. F. B.: –Volvieron en momentos en que el pueblo argentino vive jornadas como las que vivieron Perón y Evita en la década del ’50. Es evidente que hay una gran pasión de las nuevas generaciones por conocer la figura de ambos personajes. Lo interesante de la novela de Jorge Coscia y la película de Paula de Luque es que toma la parte no histórica de Juan y Eva. Uno dice que la historia comienza el 17 de octubre de 1945, cuando se hacen públicos y dirigentes de un proceso transformador, pero esa parte secreta que narraron en la película es muy linda porque es una forma de encarar la intimidad no conocida.
E. G.: –Debo decir que Julieta Díaz encarnó muy bien el personaje. Es la Eva antes del poder, la que no estaba tan segura de sí misma. Sucede con la inteligencia más o menos lo mismo que con la belleza: una mujer que se cree bella termina siéndolo y una mujer o un hombre que se siente inteligente termina por tener algún acierto. Evita reconocía su belleza, pero no le sucedía lo mismo con la inteligencia. Tal vez por su origen, se sentía varios escalones más abajo quizá de lo que debía representar. Proviene de una clase social que estaba habituada a que vinieran los de arriba a decirle qué hay que pensar, cuál es el buen gusto.

–Pensemos cuántas figuras del siglo XX patrtieron desde abajo y llegaron a jugar en las grandes ligas de la política...
J. F. B.: –Es interesante. Hay una novela de Manuel Puig, Boquitas pintadas, emblemática. Yo tengo la sensación de que Evita es una de esas chicas de las historias de Puig. Esas mujeres de mediados del siglo XX tenían un único objeivo, el matrimonio. Y si fracasaban porque el candidato no era todo lo exitoso que se pensaba, la vida se convertía en una derrota cotidiana. Del seno de esas mujeres simples, de pueblos pequeños como era Junín, salió esta Evita que, de alguna manera, se parece a nuestras madres.
E. G.: –Yo no coincido con esa visión, quizá demasiado masculina y muy argentina. Me parece que Eva Perón no se parecía a ninguna madre de aquel momento. Mi madre fue mucama y mi padre estibador. Mi madre tuvo un gran coraje pero Eva tuvo uno superior a todas las mujeres, excepción de una que ahora está presente, y fue el de construir su propio destino. Sobre todo cuando el destino le marca que tiene que hacerse cargo de un pueblo.

–Eso que decís me recuerda a las cartas del Che Guevara a su madre. Allí uno se encuentra a un pibe de barrio. Y años después, cuando lo vemos en Cuba o en África, es notorio el cambio del hombre que camina alzando pueblos...
E. G.: –Seguro. Es el mismo paso de aquella niña de 14 años, que quería ser famosa, actriz, a la mujer que acepta el papel que Perón comienza a otorgarle y luego brinda ese salto gigante. En ese cabildo abierto del 22 de agosto, donde un pueblo entero le pide la vicepresidencia, aunque sabe que había grandes intereses para que no lo fuera, ella contribuye con su acto. Sabemos, hoy, que el juego en la pareja era un gran silencio. Perón elegía el silencio y Evita hacía lo que podía. O, mejor dicho, lo que ella pensaba que Perón otorgaba con ese silencio aunque no siempre lo hiciera.

–¿Qué tenía Evita para ser la gran comunicadora que fue? Perón dice que asumió con toda la prensa en contra, pero la prensa no eran todos los medios.
J. F. B.: –La prensa escrita estaba en contra. El cine era la otra gran herramienta.

–Ellos era los dos grandes protagonistas de esos nuevos escenarios de los medios de comunicación.
J. F. B.: –Sobre todo Eva, que tenía un alto grado de representatividad. Las mujeres humildes se sentían representadas y expresadas por esa mujer. Ella sabía usar esa sensación de representatividad. Además era actriz. Creo que ella se ponía en un lugar expresando un personaje histórico.
E. G.: –Pero también en algún momento se alude a Perón como el macho de Eva Duarte, como el que la domina.

–Claro. No Evita como la mujer de Perón y Perón el primer actor, sino a la inversa. Se dio una situación muy particular con las figuras de Néstor y Cristina. Algo que va más allá del sexo.
J. F. B.: –No tiene que ver con la relación personal de ellos dos sino con la política. Creo que Evita fue creada, en cierta manera, por Perón. Nada de lo que hacía, creaba o conducía Evita estaba hecho sin la anuencia de Perón.
E. G.: –Yo diría que Penélope teje porque Ulises tarda en volver. Esa trama del tejido de Penélope es porque Ulises está viajando. Creo que hay ahí una historia entre Eva y Perón y también entre Néstor y Cristina.

–Hoy estamos en un terreno más árido pero en democracia. ¿Estamos a la altura indicada para transmitirles a los jóvenes con rigor histórico y con pasión, con equilibrio, la figura de Evita o ellos tienen que reconstruirla y descubrirla?
J. F. B.: –Creo que ese camino son las dos vías. Si tomamos la experiencia de mi generación, a los 17 años nos hacíamos preguntas y salíamos a buscar respuestas. Y encontramos respuestas en la generación que nos antecedió, en libros que nos permitieron comprender. Y eso es lo que está pasando en estos momentos. Aquí hay toda una generación que accede masivamente a la política con la desaparición física de Néstor Kirchner y que sale a la búsqueda de respuestas. Y elaborarán una nueva manera de pensar la Argentina.
E. G.: –La nueva incursión de los jóvenes en la política tiene que ver un poco con lo que prometió la Presidenta y cumplió: la revolución cultural y poner la política sobre la mesa. Todas las otras bondades son hijas de eso.


Entrevista. Marcela Castro y Roberto Vacca. Investigadores.

Recordar Historias de la Argentina secreta es comprender que ese programa marcó un antes y un después en la televisión y en la forma de investigar. De allí a descubrir que Roberto Vacca y Marcela Castro comparten esta pasión impresionante por la documentación e investigación hay un paso. Evita forma parte de esa pasión.

–Marcela, vos recopilaste un material fantástico...
Marcela Castro: –Sí, sobre la Ciudad Infantil, por ejemplo. Tiene un valor importante porque no existe más. En el año 1955 se derribó todo el complejo de lo que era este proyecto de una ciudad en miniatura.

–Y que estaba muy cerca de lo que es hoy la cancha de River, en Monroe y Libertador...
M. C.: –En predios donde la Fundación Eva Perón había utilizado para la Ciudad Estudiantil dos modelos: uno del jardín de infantes y el otro de colegio secundario. El primero desapareció y el otro tiene hoy otras funciones. Tiene una pileta para hacer rehabilitación. La Ciudad Infantil incluso tenía un tren en miniatura que la recorría entera. Todo eso se desmanteló. Sólo quedó la parte administrativa. No era como la República de los Niños, en Gonnet. Lo que quería Evita era tratar de replicar federalmente todas las obras de la Fundación de la que ella sentía particular orgullo.

–¿La sede de la Fundación estaba en la Facultad de Ingeniería?
M. C.: –Esa era la sede central que se construyó en vida de Evita pero que no llegó a usarse como parte administrativa porque ella enfermó y murió. La Fundación funcionaba en lo que hoy conocemos como el Palacio Legislativo de la Ciudad de Buenos Aires y en las dependencias de la residencia presidencial.
Roberto Vacca: –La residencia presidencial, que llamaban el Palacio Unzué, fue derribada en 1955, cuando vino la revolución fusiladora. Destruyeron todo lo que tuviera una memoria, un recuerdo, un testimonio de la presencia y de la vida de Perón.

–Y el 16 de junio le tiraron varios bombazos que no llegaron a impactar en el lugar.
M. C.: –Exactamente. Yo recopilé testimonios de la custodia de la presidencia y del personal de servicio de la residencia afectados por ese bombardeo.

–Ustedes, además de investigar juntos este tema, son pareja. Marcela: para mí conocerlo a Roberto fue un enorme orgullo. Su programa de Historias de la Argentina secreta, me ha servido mucho, he usado mucho material de ahí. Y también sus libros con Otelo Borroni...
R. V.: –Editamos dos libros: La vida de Eva Perón, en Galerna, y Eva Perón, en el Centro Editor de América Latina. El primero fue un libro que nos produjo no pocos dolores de cabeza porque fueron 5 o 6 años de investigación. Y salió publicado en momentos de mucha efervescencia política en los cuales la historiografía oficial trataba de tapar esa historia anterior a su militancia. Fue un error, porque Evita era una persona de carne y hueso que se convirtió de actriz en militante. Ahora es un paradigma del compromiso político y de los cambios revolucionarios que amerita la historia argentina. Evita murió a los 33 años y todo lo que hizo fue en unos pocos años de militancia. Hay que dejar un poco de lado ese folclorismo sobre su vida en el que caen algunos historiadores oportunistas.

–Marcela, me contabas que tu pasión por Evita comenzó de muy chica y en un momento del país muy interesante. M. C.: –Sí. Mi tía me llevaba a las misas que se hacían el 7 de mayo y el 26 de julio en la iglesia de Balvanera, por el nacimiento y fallecimiento de Evita. Yo tenía 6 años y me impresionaba mucho el acto multitudinario, que era un acto de descarga del peronismo. Imaginate que teníamos militares con Itacas al lado y me acuerdo de los cantos: “Paredón, paredón a todos los milicos que hundieron la Nación”. Ahí se aunaban todas las corrientes del peronismo. Nos juntábamos en ese acto de amor y recordación. Eso me quedó y me brotaron las ganas de investigar sobre Evita y juntar cosas de ella. Así comencé a coleccionar cosas de Eva Perón y del peronismo.

–Roberto, vos revisaste fuentes y materiales, como esa revista Time, del año 1947, con Evita en la tapa. Justamente ella estaba viajando a Europa en un momento de aislamiento de Franco, del Vaticano con Pío XII, de la Junta Interamericana de Defensa...
R. V.: –Ese artículo no es halagador a la militancia de Evita, obviamente. Yo recogí una anécdota de Evita con Franco en España. Ella fue al Museo del Prado, y Franco le dijo: “¿No le parece emocionante esto?”. Ella lo miró fijo: “A mí lo único que me emociona es el pueblo”. Lo cual marca una cosa ideológica, filosófica y un paradigma de vida. Ella era una mujer que hacía la política desde abajo. Por ahí iba un día a la Fundación y decía: “Che, hoy podemos entregar una máquina de coser”. Y se iba hasta Avellaneda, tocaba el timbre donde le habían pedido en una carta una máquina de coser y la entregaba ella misma. ¿Por qué una máquina de coser? Simple: era una fuente de trabajo.
M. C.: –Era el símbolo de su madre que había cosido muchos años y había defendido a su familia con esa herramienta. Evita reproducía una situación propia en la familia de otros argentinos con mucha generosidad.
R. V.: –Algunos decían que Evita era revanchista y yo creo que era verdad. Ella se tomó una revancha histórica de haber nacido en la provincia de Buenos Aires por esa época donde ser hija natural era un estigma muy difícil de sobrellevar, por haber sufrido esa mirada tan recriminatoria. Y también de su llegada a la Capital como artista, cuando los teatros eran administrados como estancias y donde el trabajo era ninguneado.

–¿Ustedes rastrearon información para chequear realmente la fecha de su nacimiento?
R. V.: –La partida de nacimiento de Evita desapareció. Hay dos o tres fechas probables. Eso, con rigor histórico, es interesante tenerlo en cuenta pero no afecta el verdadero sentido de la vida de Evita que fue jugarse por el pueblo, hacer una obra como la Fundación Eva Perón que no se repitió jamás en nuestra historia. Yo viajé mucho por la Argentina y en 1985, en pleno gobierno de Alfonsín, encontré un galpón con sábanas, que estaban destruidas y no se habían repartido porque tenían el sello de la Fundación. Ni siquiera tuvieron la inteligencia de cortar el sello y hacer pañales. Fue el odio, la ignominia, el desprecio a esta obra que era de una calidad humana sin par y que no se repitió en ninguna parte del mundo. La Fundación tenía una transparencia administrativa que no se puede creer. Cuando ocurrió la Fusiladora, se llevaron en cana a uno de los administradores de la Fundación y no le pudieron encontrar nada. Lo tuvieron que devolver a su casa.
M. C.: –El Senado de la Nación hizo una investigación, cuando cayó el gobierno de Perón, y agrupó en cinco tomos, que hoy se pueden consultar, las supuestas irregularidades cometidas durante la época del peronismo. Se llamaba Libro negro de la segunda tiranía, ya que la primera, para ellos, había sido la de Rosas. En esos cinco tomos están las denuncias y todo el material documental. La Fundación Eva Perón sólo tuvo 3 o 4 denuncias formales y ninguna pudo ser corroborada. Y como nota llamativa ponen, hablando de los manejos y excesos de la Fundación, que se les daba de comer a los chicos una vez a la semana pescado y dos veces pollo. Eso, y el cambio de ropa de invierno a verano, dio lugar a que lo acreditaran como despilfarro.
R. V.: –Veníamos con esa cultura de la Sociedad de Beneficencia, donde los chicos eran adocenados. No nos queremos jactar de esto pero tenemos con Marcela muchísimo material de Eva Perón. Ella tiene una biblioteca peronista envidiable. Unimos nuestros destinos y unimos nuestros archivos.

–¿Qué papel jugó Evita en la vida personal de ustedes como pareja?
R. V.: –Fundamental. Yo tenía un estudio de televisión muy importante en San Telmo. Un día, recibo una llamada de una señorita investigadora, que me pedía información sobre la mucama personal de Evita, una de las personas más allegadas. En realidad no tenía mucha información, pero le dije que viniera que la ayudaría. El estudio funcionaba las 24 horas de lunes a viernes. Un día estaba grabando y cayó Marcela. Y ahí comenzó nuestro romance. Y ya siempre investigamos juntos.
M. C.: –Y es un placer investigar a Evita. Mirar solamente una foto suya es un placer.
R. V.: –Marcela recopiló cosas muy interesantes de la intimidad de la vida de Evita en la residencia presidencial. Por ejemplo, hay una anécdota que publica Norberto Galasso y que cuenta que Evita y Perón jugaban carreras en los pasamanos de las escaleras de la casa.
M. C.: –Y le hacían trampa a Perón porque Evita siempre quería ganar. Atilio Renzi, que era la mano derecha de Evita en la Fundación, le tomaba los tiempos y siempre la dejaba ganar.

–Pero si era una chica, ¿cómo no iba a querer jugar? Hay algo que me parece importante para esta época. ¿Cuánto contribuyó la revolución fusiladora con el cadáver de Evita en esta cosa de la mitología? Uno lee el cuento “Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, y comprende lo tremendo de esa historia. Entonces, en un país en el que pasaron las cosas que pasaron, ¿cómo no se va a construir una mitología?
R. V.: –Creo que Evita no es un mito pero en torno de ella hay una profunda mitología. Rodolfo Walsh era compañero mío en la revista Siete Días, se sentaba al lado de mi escritorio, mirá qué privilegio. Y una vez tuve una discusión con él. Le pregunte por qué en lugar de escribir “Esa mujer” no había hecho una gran nota periodística. Y me respondió de forma fantástica: “Un libro queda en una biblioteca y un artículo periodístico, en el mejor de los casos, va a parar a un archivo. Lo más normal es que sirva para envolver un tacho de basura”.
M. C.: –Hablaste del antiperonismo: Evita vio el antiperonismo y vio su imagen mitificada en algún sentido. En muchos libros, como el famoso La mujer del látigo, de Mary Maen, que se editó en los Estados Unidos primero en 1951, y después llegó acá, fue testigo de su propia mitificación. Yo creo que en esa mitificación, si bien el peronismo tuvo que ver en constituirla cuasi una santa, la dama de la esperanza, el puente de amor entre Perón y su pueblo, tuvo más que ver el antiperonismo porque se le atribuyeron defectos y virtudes para separarla de Perón, para constituir a Evita como una víctima de Perón en unos casos y como la persona que gobernaba en demérito de Perón en otros.
R. V.: –Hay que decirlo con toda claridad: Evita sin Perón hubiera sido una artista de tercera categoría. Es duro, pero están las pruebas como las películas La pródiga, La cabalgata del circo. No era una buena actriz en el teatro ni el cine.
M. C.: –Era buena actriz de radio.

–Una cosa maravillosa de esa relación, que retrata Jorge Coscia en su novela, es cómo supieron articularse. Los dos se pusieron en el nivel humano como protagonistas en un momento donde era evidente que estaban protagonizando un cambio que para el resto de Latinoamérica era de avanzada. Y cada uno asumió su rol.
R. V.: –En la película también. La película tiene una cosa fantástica y es que Perón llega a su casa y Evita lo está esperando. Era el 17 de octubre. Eso también se investigó.

–En el futuro, ¿qué valor va a tener Evita?
R. V.: –Evita va a tener muchos seguidores, jóvenes militantes, muchos que van a llevar su bandera.
M. C.: –Yo ya lo veo al observar esas imágenes de los jóvenes con Cristina. En esos jóvenes está Evita. Ella estaría feliz.

Una experiencia gremialista y la cuestión social

(Fragmento de La compañera Evita, de Norberto Galasso)

El 3 de agosto de 1943 aparece como una de las socias fundadoras de ARA. Por entonces sostiene: “Desde que estoy en el ambiente he tratado, por todos los medios a mi alcance, de contribuir al mejoramiento de la condición del artista. Actuaba en organismos gremiales antes de ser designada presidenta del que ahora los agrupa a todos en radio. Entonces, como ahora, todas mis energías las había puesto a favor de los derechos del artista, a cuya familia pertenezco”.

Curioso y sorprendente el recorrido de la vida de esta muchacha de 24 años: discriminada como mujer en su pueblo natal, ingresa ahora en los hogares argentinos con un programa radial donde reivindica el género y no solamente con cualquier mujer, sino iniciándolo con madame Lynch, la heroica compañera del mariscal Solano López, quien debió enfrentar la Guerra genocida de la Triple Alianza llevada cabo por el mitrismo, el Brasil y los colorados orientales con la financiación del Imperio Británico. Al mismo tiempo, aquella muchachita que a los quince años había coincidido con los hombres del interior en migrar hacia Buenos Aires –ellos para reemplazar el trabajo estacional en las provincias pobrísimas, ella para abandonar la falta de horizontes del pueblo agropecuario–, justamente ahora que estos hombres van tomando cada día mayor poder al fortalecerse sindicalmente, se constituye en gremialista y preside una nueva organización sindical.

La verdadera Historia pone de relieve la falsía de la clase dominante que siempre señalará, con visos de escándalo, que el coronel Perón mantiene amores con una “liviana mujer de dudosa moral” casi hasta imputarle mercar con su cuerpo, cuando lo cierto y verificable es que se trata de una artista comprometida que reivindica a sus compañeras de sexo y al mismo tiempo, defiende sindicalmente los intereses de sus compañeros de trabajo.

Por su parte, el poeta católico José María Castiñeira de Dios testimonia: “En aquella habitación –donde atendía Evita– había seres humanos con ropas sucias y que olían muy mal. Evita tocaba con sus dedos sus heridas supurantes porque era capaz de ver el dolor de toda esta gente y sentirlo ella misma. Podía tocar las cosas más terribles con una actitud cristiana que me sorprendió, besando y dejándose besar. Había allí una muchacha con su labio medio comido por la sífilis y cuando vi que Evita estaba a punto de besarla e intenté detenerla, me dijo: ¿Sabe usted lo que significará para ella que yo la bese? Cuando la observé durante unos cuantos días, me dijo: ‘¿Cómo está usted, oligarca; empieza ya a entender cómo sufre la gente?’ No podía sino amarla tras verla trabajar, como si pensara que yo no era digno de contemplar todo lo que ocurría en aquella sala. Incluso cuando ya había estado allí durante tres meses no me sentía con méritos suficientes para lavar los pies de aquella gente. Yo tenía una percepción literaria de la gente y de los pobres. Me había dado la percepción cristiana, permitiéndome ser cristiano en el sentido más profundo”.

Un cambio de época

(Fragmento de Evita, jirones de su vida, de Felipe Pigna)

Pasaron la luna de miel en la quinta del amigo de la pareja, Román Subiza, en San Nicolás. Así la recordaba Evita en un diálogo con Vera Pichel: “Fue una etapa lindísima aunque para nosotros no fue novedad estar juntos, ya que lo estuvimos desde el primer momento. Nos levantábamos temprano, tomábamos el desayuno y salíamos a caminar por la quinta. Nunca me maquillé en esos días, andaba a pura cara lavada, el pelo suelto, una camisa de él y un par de pantalones. Era mi atuendo preferido y a él le gustaba que estuviéramos así. Algunas veces, de pura mandaparte, me metía en la cocina y preparaba una ensalada para acompañar a un buen bife que preferíamos los dos. Lo que sí hacía era cebar mate por las tardes. Interminables ruedas que matizaban nuestras charlas. Mejor dicho, las de él. Porque él pensaba en voz alta, hablaba y yo escuchaba, aprendía... Por la noche, algo de música y a la cama temprano. Fueron realmente días preciosos.”

Tras los hechos del 17 de octubre y su casamiento con Perón, Eva se metió de lleno en la política respaldando a su marido. Tras la confirmación del 24 de febrero de 1946 como la fecha de las elecciones nacionales, Perón lanzó su candidatura por el Partido Laborista.

La campaña electoral de Perón fue breve pero muy intensa. Primero visitó junto a Evita la mayoría de las capitales de provincias, no las de los territorios nacionales, en los que sus más de un millón de habitantes aún no tenían derecho al voto. La pareja recorrió el país a bordo de un tren a cuya locomotora llamaron “La Descamisada”. Era la primera vez que la esposa de un candidato lo acompañaba en sus giras por el interior. El tren peronista estuvo a punto de volar por el aire el 27 de enero. No fue así gracias a la intervención del obrero ferroviario Ramón Baigorria, quien pudo retirar de las vías, justo a tiempo, un paquete con más de 500 cartuchos de gelinita destinados a Perón y su esposa.

El diario La Prensa daba rienda suelta a su clasismo visceral en la crónica dedicada al retorno del tren peronista y el público que fue a recibirlo. El cronista se horrorizaba por la falta de “cultura” de aquellos descamisados que no conocían la estación Retiro y exclamaban: “¡Mirá cuánta pared!”; pero el “colmo” era que, ante el agobiante calor, hicieron funcionar los ventiladores y “para estar cómodos” muchos se sacaron los sacos y aun los pantalones. Varios llegaron al extremo de quitarse toda la ropa e imitar bailes populares de origen exótico. Todos estos actos fueron recibidos con aplausos. En los pequeños intervalos que se producían, otros se dedicaban a pronunciar discursos, cuyos conceptos no es posible transcribir.

Recordaba Perón: “Los días de la campaña electoral pusieron a dura prueba las energías de Eva, quien recorría a lo largo y a lo ancho del país, incitando a los desheredados a unirse a nosotros en la batalla que debía servir para hacer triunfar sus derechos. Trabajábamos día y noche, a veces no nos veíamos durante jornadas enteras y todo encuentro nuestro era, desde el punto de vista sentimental, una novedad, un descubrimiento”.

Mariano Tedesco, que participó en algunos viajes de la gira proselitista a bordo de “La Descamisada”, recuerda: “El júbilo de la gente era extraordinario. (...) En los andenes, temíamos que nos pasara algo, pero a pesar de eso, Evita trataba con cariño a la gente. Recuerdo que un tal García Boado, miembro de la custodia personal, empujó a un anciano. Al verlo, Evita le hace un gesto a Perón. Éste, sin titubear, le pega un violento golpe a su protector y le grita: ‘¡Animal! ¿No ves que es un compañero?’ (...) Eva viajaba en el último vagón, que disponía de un pequeño comedor y una salita de estar. Ella, muy entusiasmada, siempre se asomaba por las ventanillas para saludar a la gente. Perón, cara de poker, la frenaba:

–Calmate, vieja, que esto recién empieza –le decía.

Evita, la primera gran mujer del movimiento

Por Jorge Coscia Secretario de Cultura de la Nación
contacto@miradasalsur.com

Cuando pensamos en Evita, generalmente traemos a la memoria a la mujer de la estampa, como también nos ocurre con esas imágenes míticas del Che Guevara. Recordamos a esa mujer combatiente, aguerrida, con sus discursos y su fuerza; esa mujer que entregó su vida por los humildes; esa mujer esencial en el proceso de transformación que encabezó junto con Perón. La característica más verdadera de los héroes es que son seres humanos. A veces, se intenta transformarlos en bronces, en remeras o, en el mejor de los casos, en cuadros, murales, películas, obras de teatro. Pero sus vidas y sus obras son mucho más: congelarlos en bronce o en tela no debe hacernos olvidar su naturaleza, su carnadura humana. Eva es una heroína, pero, además, es un mito argentino y universal, un ícono que expresa a una mujer argentina que luchó por la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, en particular, de las mujeres. En esta materia fue una pionera, no sólo en la Argentina, sino también globalmente. Esta característica de Eva fue recogida y reconocida de distintas maneras, tanto buenas como malas. Por eso, cuando escribía la novela Juan y Eva pensaba en esta dimensión profundamente humana que debía resaltar sobre el resto. De ahí el título: dos nombres propios, tan comunes, dos personas, en definitiva, de carne y hueso. La vida de Eva fue breve –nació en 1919 y murió en 1952–, pero su paso como protagonista de la Historia fue aún más corto. Entró en escena en 1944, y murió siete años y medio después. Siete años y medio que le bastaron para partir en dos al siglo XX. Es curioso, porque cuando uno analiza la vida de San Martín, tampoco estuvo demasiado tiempo en la Argentina, lo que me lleva a pensar que, a veces, no se trata de tiempo, sino de intensidad (a Néstor, por esas curiosidades de la historia, también le tomó siete años y medio quedar en los corazones del pueblo para siempre). No debemos creer que existe una raza de hombres y otra de héroes: son los mismos hombres, la misma raza, que, bajo el destino, la voluntad y las causas misteriosas de la historia, terminan transformándose en algo que no imaginaron ser. Por eso, en este aniversario, no creo que esté de más relatar una serie de anécdotas para acercarnos a la humanidad de Evita.

En esa metamorfosis, la encontramos en el año 1944 trabajando en la radio, no como actriz novata que buscaba triunfar, sino que ya había sido partícipe central de la organización de un gremio: la Asociación Radial Argentina. Por aquel entonces, existían unas seis emisoras importantes, y la radio ocupaba un lugar fundamental en los hogares. En ese momento, Eva, una joven de 24 años de edad, conducía un radioteatro en Radio Belgrano. Al revisar la grilla de 1944 se encuentra que, a las once de la noche, se emitía su programa, identificado como Compañía Eva Duarte. Ya era una estrella: la llamaban “la señorita radio”. Eva había llegado allí por distintas circunstancias. Con una enorme vocación artística, había viajado a Buenos Aires cuando era jovencísima, transitando un camino de hambre y padecimiento, acompañada por su familia. Tenía talento, su voz era potente, poderosa. Había participado, con papeles de reparto, en algunas películas, pero ninguna de real importancia; también, en obras de teatro, hasta que se encontró con la radio. El terremoto de San Juan generó un primer movimiento del destino. Por entonces, Perón era secretario de Trabajo y Previsión, además del hombre fuerte del golpe militar de 1943 y líder del GOU. El presidente argentino era Ramírez, pero Perón “movía los hilos”. Por lo tanto, se hizo cargo de la emergencia que provocó el terremoto y convocó al conjunto de la sociedad a movilizarse. Más adelante, Perón la visitó en Radio Belgrano. Actores y actrices se pusieron a disposición, y Evita, con su iniciativa, se hizo ver. Algunos testigos sostienen que Perón no le quitaba los ojos de encima. Volvieron a encontrarse en el Luna Park. Evita quería acercarse a él, pero tuvo que esperar a que se cantara el Himno y se retirase el presidente Ramírez.

Entonces, se sentó junto a él, y dicen que, desde ese momento, nunca más se separaron. A partir de ese episodio, comenzó lo que en mi libro llamé “el amor”, una etapa misteriosa, privada, íntima. De esa época se cuentan algunas travesuras; por ejemplo, que Perón llevaba a Eva a Campo de Mayo, donde estaba su casa, ya que había sido nombrado ministro de Guerra. Para que no lo vieran entrar con ella –estaba mal visto que un viudo saliera con una mujer mucho menor y, en este caso, actriz–, Eva se escondía en el asiento trasero. Como cualquier militar activo de aquella época, Perón se reunía con sus compañeros. El país estaba en ebullición, de modo que, en esas reuniones, mientras fumaban o tomaban, discutían. Lo que ocurrió allí es algo sumamente curioso y atípico: Perón dejaba que Evita se quedara en esas discusiones. En general, los hombres mandaban a la mujer al dormitorio, de compras, a la cocina, o a cualquier lado que no fuera el lugar donde ellos debatían sobre política. ¿Qué ocurrió para que el hombre que se propuso cambiar la Argentina se enamorara de “la señorita radio”? No es posible separar el amor de Perón y Eva del proceso revolucionario que se construyó en paralelo. A tal punto, que podría pensarse que fue necesario hacer una revolución para que ese amor fuera posible, invirtiendo la lógica del cientificismo histórico. Porque hasta los aliados de Perón sentían intriga al ver a ese hombre serio, un dirigente de la revolución, con una actriz, una señorita de “vida libre”. Muchos de estos comentarios malintencionados provenían de las indignadas esposas de los militares (así como hoy, muchas mujeres se enojan ante las virtudes de la Presidenta).Es notable cómo el punto nodal del conflicto reúne la historia de grandes fuerzas sociales con las cuestiones humanas que expresan. Perón se negó a renunciar a Eva frente a los propios militares conservadores que le pedían su cabeza. Muy por el contrario, la escuchó y la integró a su vida cotidiana, y entonces, llegó el golpe. Fue depuesto de sus cargos de vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión, y al poco tiempo, fue llevado detenido a la Isla Martín García. Bastante se ha discutido acerca de cuánta importancia tuvo Evita en el 17 de octubre. En mi opinión, mucha, porque el 17 de octubre no se gestó de un día a otro, sino que fue construyéndose en ese recorrido de 1944 a 1945. La preocupación de Evita era recuperar a Perón con vida.

Entonces, se comunicó con los sindicatos, habló con los militares y con los amigos de Perón, lo que generó un gran mecanismo. No hay una Evita golpeando puertas de fábricas, pero sí hay una Evita activa, desesperada. Evita se reencontró con Perón, finalmente, la noche del 17 de octubre, y a partir de entonces, pusieron en marcha los diez años de mayor justicia conocida hasta ese momento. Esa misma justicia que, en estos años, buscamos recuperar.


Una llamarada llamada Eva Perón

Por Lic. Juan Carlos D´Amico, presidente del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires
cultura@miradasalsur.com

Eva Perón fue una llamarada. No se me ocurre otra imagen más apropiada para definir el fulgurante y vertiginoso paso por la vida de una mujer a quien siete años le bastaron para convertirse en leyenda, en uno de los mitos perdurables del siglo XX.

Aunque su historia es bien conocida, interesa revisar algunos hitos fundamentales. Nacida en Los Toldos en 1919, hasta 1944 fue Eva Duarte, una actriz de cierto éxito en la radio, el cine y el teatro. Pero el terremoto que en enero de ese año destruyó la ciudad de San Juan sacudió su conciencia social y la impulsó a consagrarse con alma y vida a ayudar a los damnificados. No podía sospechar que esa generosa entrega a las víctimas de la catástrofe haría nacer en ella a otra persona que la historia conocería como Eva Perón y los pobres del mundo como Evita.

Como si anticipara ese destino, ella escribió una vez: “Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurase alguna vez en la historia de mi patria. Y me sentiría debidamente, sobradamente compensada si la nota terminase de esta manera: de aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita.”

No sólo figura en la historia de su patria, sino que su figura alcanzó proyección internacional. Y sesenta años después de su partida, el pueblo sigue llamándola, cariñosamente, Evita.

Por eso, el pasado 7 de mayo en que Evita habría cumplido 92 años inauguramos un monumento en su homenaje en su ciudad natal. No por azar la escultura se ubica en la entrada de la ciudad de Los Toldos, frente a la estación de ferrocarril, sino porque ese lugar emblemático vio partir a la joven Eva Duarte cuando decidió viajar a Buenos Aires a probar suerte como artista.

Esta obra es resultado de una iniciativa del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires por instrucciones expresas del Gobernador Daniel Scioli. Para llevarla adelante, organizamos un Concurso Nacional de escultura, en el cual participaron como jurado, entre otros, la totalidad de las intendentes mujeres de la Provincia pertenecientes a distintos partidos políticos. Finalmente, el encargado de realizar el monumento fue el escultor Carlos Benavídez.

Recordar a Eva Perón fue uno de los motivos que impulsar la decisión de construir un monumento en su memoria, pero también nos alentó la creencia de que tenemos la obligación de afianzar los valores de solidaridad que ella transmitía, y que permanentemente pretende mantener vivos el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Y no creemos que exista mejor lugar para instalarlo que la ciudad que la vio nacer.

No sólo lo consideramos congruente con la realidad histórica haber impulsado la concreción de un monumento en esta ciudad, sino que es, además, una expresión de justicia para con una comunidad que, indudablemente, fue creciendo con el afecto hacia una mujer que es referencia mundial de ofrenda hacia los más vulnerables. Una mujer que se convirtió en bandera de los humildes, acaso porque también ella, como muchos grandes de la historia, sufrió la incomprensión de su tiempo.



Por siempre Eva

Por Isabel Rauber, doctora en filosofía
sociedad@miradasalsur.com

A 59 años de su muerte

Pasaron 59 años de la muerte de María Eva Duarte de Perón, la mujer que suscitó fuertes pasiones, desató torrentes de afectos y que, a la vez, despertó odios surcados por una rabiosa envidia.

Haciéndose cargo de su poder y magnetismo, tuvo la grandeza de ponerlos en función de los derechos de los trabajadores de la ciudad y el campo, de los discriminados, abonando caminos de justicia y equidad sociales. Con sus obras, su pensamiento y su creciente compromiso militante, María Eva Duarte de Perón se parió a sí misma como la Evita de los trabajadores, la Evita de los pobres, la Evita de los humildes. Y sigue siendo fuente de inspiración y vida para millones de argentinos y argentinas.

A finales de los ’40, en un rinconcito misionero, los jóvenes Arnoldo e Isabel, ambos hijos de trabajadores inmigrantes europeos, luchaban por su amor, enfrentándose a los prejuicios y dogmas provenientes de la vieja cultura europea sobreviviente en los inmigrados que añoraban el país de origen, al cual pensaban pronto retornar. Por eso, muchos cerraron las puertas a la integración con colectividades de origen diferente y, más aún, rechazaron y condenaron el mestizaje con los llamados criollos o “negros”.
Así las cosas, Isabel fue considerada una “negra” por los familiares de Arnoldo, a quien exigieron que pusiera fin a su relación, amenazándolo con la expulsión de la familia. El destierro significaba –allá y entonces– que no podría sobrevivir. Para Arnoldo, la disyuntiva era abandonar a su amada Isabel o buscar cómo independizarse para vivir juntos.

La elección resultaba clara, pero no las alternativas para concretarla. Fue entonces que una luz se alzó en el horizonte, lejana, pero no inalcanzable: Eva Duarte de Perón.

Con sus apenas 18 años, Arnoldo decidió escribirle y exponerle su situación. Cualquiera podría pensar hoy que aquella carta fue enviada al vacío, que Eva nunca la leería o que no la tomaría en cuenta. ¿Qué valor político tendría atender una situación particular? ¿Cuántos votos o prensa le daría solucionar ese caso? Obviamente, si ésa hubiera sido la mentalidad de Eva yo no estaría escribiendo esta nota. La historia demuestra que no sólo recibió la carta, sino que la leyó y se ocupó personalmente del caso.
Habló con Juan Domingo Perón para que interviniera y solicitara al presidente del Banco de la Nación Argentina que se le abrieran a Arnoldo las posibilidades para acceder a una plaza en dicho banco, en la localidad donde él radicaba. Y no sólo habló y solicitó, sino que siguió atentamente, durante más de un año, la evolución de la situación hasta comprobar que –efectivamente– él contaba con un empleo allí, cuestión que una vez resuelta de manera favorable, Eva se lo comunicó directamente. De ello da fe la carta que le escribió a mi padre, cuya copia comparto a continuación.

Así fue como Arnoldo pudo independizarse, casarse con Isabel, el 21 de enero de 1950, y formar una familia de la cual soy parte.
Con este sencillo relato quise expresar mi reconocimiento a quien hiciera posible los sueños de aquellos jóvenes y mi propia existencia, y a un año de la muerte de mi madre pienso: Evita, vida nuestra; Evita, vida mía.

Sus orígenes, el peronismo y la bandera a la victoria

Por Alberto Lettieri. Historiador
contacto@miradasalsur.com

A diferencia de otros actores menos favorecidos por la lealtad popular, la muerte de Evita no implicó el olvido sino la inmediata potenciación como mito de quien propulsó una nueva conciencia social, de la que habían carecido las mayorías marginadas: “Donde existe una necesidad nace un derecho”, sentenció Evita. El pueblo creyó en ella y la transformó en leyenda.

Desde pequeña había sufrido la pobreza y la injusticia. Una vez obtenido cierto éxito como actriz, su compromiso con Perón terminaría de torcer el destino de la patria, avanzando en el camino revolucionario que se había comenzado a abonar desde 1943. Pero faltaba Evita. ¿Cómo explicar el peronismo sin ella? Así, mientras Perón fue el estratega y el conductor, Evita fue la expresión de la sensibilidad y del afán de reivindicación de las mayorías postergadas. Fue el grito desgarrado, revulsivo, visceral del pueblo del que provenía y al que nunca estuvo dispuesta a abandonar. “Cuando elegí ser Evita –decía– sé que elegí el camino de mi pueblo. Sólo el pueblo me llama Evita.”

Aprendió política a través de la praxis, de la enseñanza y el ejemplo de su compañero y admirado maestro; también de la observación de la devastada y miserable Europa de posguerra que recorrió convertida en la Dama de la Esperanza. E ignoró la advertencia del futuro Juan XXIII: “Acuérdese que el camino de servicio a los pobres siempre termina en la Cruz”.

Mientras Perón garantizaba la inclusión social a través del trabajo, Evita integraba a los más débiles. Su Fundación construyó hogares para mujeres y niños sin techo, ciudades universitarias e infantiles y más de mil escuelas. Los niños pobres recibieron lujosos regalos y, a través de las competencias deportivas, accedieron a controles médicos y odontológicos. Los ancianos tuvieron asistencia, techo, comida digna, vestimenta y seguridad.

La Fundación construyó doce hospitales y un tren sanitario que brindaba sus servicios a lo largo del país. Los más débiles no eran ya abandonados o apilados en depósitos. La calidad y gratuidad de las prestaciones certificó que la hora de la igualdad había llegado.

También encabezó la reivindicación política femenina. En 1947 se aprobó el voto femenino y en 1951 las mujeres arribaron al Congreso. No fue un hecho aislado: de “nada valdría un movimiento femenino en un mundo sin justicia social”. Sólo el peronismo presentó candidatas. Para las mujeres de la oposición, la casa y la subordinación a sus maridos.

La postulación a la vicepresidencia por parte de la CGT y del Partido Peronista Femenino en 1952 motivó la inmediata reacción del Ejército y de las corporaciones oligárquicas. Un Perón preocupado en garantizar la unidad militar sólo habilitó la vía del “renunciamiento” (aquel 31 de agosto de 1952) como respuesta al clamor de más de dos millones de personas movilizadas en la Av. 9 de Julio. La división llegó de todos modos. Pocos días después, el general Menéndez fracasó en su intento golpista. Entonces, la Evita Capitana retornó y adquirió armas para los trabajadores y defender la revolución. Pero terminaron en poder del Ejército… Las armas y los obreros no iban de la mano en el reparto de atribuciones sociales imaginado por Perón.

La salud de Evita colapsó el 26 de septiembre de 1952. La herida abierta de la Argentina quedaba expuesta una vez más. La lealtad de las mayorías populares, expresada en marchas masivas y desgarradoras a lo largo de los 14 días de funerales, contrastó con los “viva el cáncer” de las pintadas de una oposición que reclamaba con hipocresía la “democracia” cuando en realidad sólo deseaba restablecer sus antiguos privilegios.

Tras la muerte de Evita, la declinación no se hizo esperar. Una vez desplazado Perón, los autodenominados “libertadores” abordaron la empresa de borrar todo rastro del paraíso plebeyo peronista: proscribieron al partido, prohibieron exhibir sus símbolos y mencionar a Perón y a Evita. Se apropiaron de los inmuebles de la Fundación y destruyeron todo aquello que recordara al odiado mito. Incuso el cuerpo de Evita. El golpista Rojas exigió excluir el cadáver de la vida política, y eso implicó su secuestro, múltiples violaciones y mutilaciones en un periplo que sólo concluyó con la última dictadura cívico-militar.

Fue en vano. Evita siguió viviendo “eterna en el alma de su pueblo” y creciendo en la memoria popular. En los años ’70, y ante las decisiones controvertidas de un anciano Perón, la izquierda nacional revolucionaria la convirtió en bandera de rebelión. Visceral e inconformista, salvaje y comprometida con los derechos y la dignidad de los humildes, Evita sigue siendo referente esencial del proyecto nacional y popular, concretando así su propia profecía: “Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”.


22/07/12 Miradas al Sur

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